Manuel – Grueso

Consejos, Recomendaciones, Preguntas y Respuestas

Que Es El Objeto A Para Lacan?

Lacan primero define al objeto a, real, vinculado con el deseo como siendo su causa, es decir, aquello que está en el antes del deseo y no en su después como su meta.

¿Qué significa la a en Lacan?

El objeto ‘a’ es la posibilidad por la cual el sujeto es causado en su deseo, al tiempo que enfrenta su falta, pues ser sujeto es surgir a partir de una pérdida. En consecuencia, el sujeto no se las tiene que ver con la nada, sino que él surge, se causa y se posiciona según este objeto con el cual se identifica.

¿Qué es el objeto pequeño a?

De Wikipedia, la enciclopedia libre El Objeto a es un concepto del psicoanálisis usado por Jacques Lacan que remite a la noción del objeto de deseo inalcanzable. Denominado también objeto metonímico, se lo considera el “objeto causa del deseo “. Se entiende que el sujeto del psicoanálisis está regido por sus pulsiones, que investidas en el lenguaje, vendría a conformarse el deseo,

¿Qué ocurre con el objeto a en la psicosis según Lacan?

Maleval (2002) siguiendo a Lacan, explica que el objeto a no se sitúa en el campo del Otro, del lado del analista ; es el psicótico, sujeto de goce, quien se siente como su almacén, mientras que el analista es vivido como un sujeto gozante con respecto al paciente.

¿Qué es el objeto para el psicoanálisis?

El objeto de deseo freudiano es la huella mnémica de la vivencia de satisfacción original ; al principio la satisfacción del deseo sería alucinatoria, pero va a ser necesario posteriormente dar un rodeo por la representación psíquica para el cumplimiento del deseo.

¿Qué es el esquema L?

ORIGINALES Y REVISIONES Aproximación al “esquema L” de Lacan y sus implicaciones en la clínica (parte II) What the “schema L” consists of? (Part II) José Manuel García Arroyo a, María Luisa Domínguez López b a Médico Psiquiatra. Profesor Asociado. Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Sevilla., b Psicólogo Clínico.

Centro de Salud Mental de La Palma del Condado (Huelva). Dirección para correspondencia RESUMEN En la segunda parte del trabajo intentamos presentar el funcionamiento global del “esquema L” y demostrar su utilidad práctica en el tratamiento analítico. En este sentido, en las relaciones sociales es el “yo” el que tiene todo el protagonismo, mientras el “sujeto” queda excluido de las mismas; de ahí que estos contactos cotidianos se muestren como la incomunicación más radical, aunque parezca lo contrario.

El tratamiento que realizamos, por contra, debe escapar a esos parámetros, pues durante el mismo se procura que el “imaginario” facilite progresivamente la manifestación del “sujeto del inconsciente” en toda su dimensión, traspasando las constantes y molestas interferencias yoicas.

Este procedimiento, si se realiza adecuadamente como Lacan nos enseña, permite que la “palabra plena” fluya entre paciente y analista, de modo tal que el contacto que se produzca sea de “sujeto” a “sujeto”, mientras que en las relaciones sociales las conexiones se formulan en términos de “ego” y “alter ego”.

Para lograrlo, quién se coloque al lado del paciente debe saber que ha de ocupar el lugar de la alteridad radical, del “Otro”, y no del “otro” especular. Palabras clave: Esquema L. Yo. Otro. Sujeto. Imaginario. Intersubjetividad. ABSTRACT In the second part of this work we try to present the global function of the “schema L” and also to show its application in the psychoanalytical work.

In this sense, it’s in social relationships where the ego gets the leading role as the subject remains excluded from them, resulting in a lack of communication. The treatment we provide must scape from those parameters trying the imaginary to facilitate the unconscious subject display going through ego’s interferences.

To carry out this procedure properly according to Lacan’s teaching lets the “true word” flows between the patient and the analyst as a “subject” to “subject” meeting, contrary to what occurs in social relations in which the connection goes from “ego” to “alter ego”.

To get this purpose, the analyst must take the place of a radical “Other” and not the specular “other”. Key words: Schema L. Ego. Other. Subject. Imaginary. Intersubjectivity. 1. Introducción La primera parte de nuestro recorrido se ha centrado en presentar el “esquema L” que Lacan muestra en el seminario que impartió a mediados de los años 50 (1).

Este se hallaba dedicado casi por completo a esclarecer la posición del “yo”, en una línea freudiana correcta, más allá de todas las divergencias que se produjeron tras la aparición de la “segunda tópica”, que algunos interpretaron como una vuelta al “sistema de la conciencia”.

Nada más lejos de las pretensiones de Freud, como quedó demostrado en todos los escritos de la década de los 20, sincrónicos o sucesivos a “El yo y el ello” (2, 3). En este sendero, el autor de los Seminarios se esfuerza en el difícil cometido de recordarnos el verdadero lugar del “yo” que, más que un aliado, es un obstáculo en cualquier pretensión de conocimiento.

De ahí que el esquema al que hacemos mención sea un instrumento valioso en la intelección de este importante problema pues, como hemos visto, el ego se inscribe en el “eje imaginario”. Esto viene a indicarnos que se halla poseído por imágenes, las cuáles muestran un extraordinario poder, tanto como para ser creídas a pie juntillas.

La vida social, tal como la concebimos, muestra su tinte de engaño al presentarse cada uno ante los demás de la mejor forma posible, ocultando todo aquello que desgarraría la concepción propia que se quiere dar y recibir. Como ahora tendremos ocasión de demostrar, el “eje imaginario” supone además un impedimento en la práctica analítica y que exige al médico un trabajo extra.

Siguiendo estas mismas directrices, el “sujeto” queda más allá de todo el entramado formado por las imágenes, que cautivan hasta al más osado. Además, la utilización de diagramas representa por parte del gran psicoanalista francés un esfuerzo en aportar rigor a la teoría psicoanalítica la cuál resulta, para muchos, oscura en sus orígenes y desarrollo y sometida a componentes mágicos o de superstición.

  • Ninguna de estas posturas resulta próxima al moderno psicoanálisis, al que Lacan se siente obligado a devolverle su dignidad, tras los muchos devaneos producidos en su seno por autores que perdieron el sentido de su iniciador.
  • En fin, el “esquema L” intenta separar radicalmente el “yo” del “sujeto”, los cuáles jamás pueden prestarse a confusión para alguien que pretenda poner de manifiesto los efectos del inconsciente.

Se expresan también, con cierta claridad, las relaciones entre ambos componentes de la estructura mental. Hasta ahora hemos presentado los diferentes componentes del tetrádico “esquema L” y se ha hablado de las conexiones internas más elementales que se producen entre ellos (“yo-otro” y “sujeto-Otro”).

Ahora es el momento de dar una esclarecedora vuelta más, en un doble sentido: a) adentrarnos en el funcionamiento global de dichos componentes, hasta contemplar los deslizamientos de sus vectores e, incluso, establecer circuitos dentro del mismo y b) intentar aclarar la propuesta analítica con una base firme en las afirmaciones anteriores, demostrándose aquí que la elaboración lacaniana no es una mera filosofía o una disertación teórica sobre el ego y sus interacciones, sino que nos hallamos ante un mapa que aporta directrices en el proceso de la cura.2.

Relaciones fundamentales en el “Esquema L”. Sobre una base previa en la que conocemos ya los elementos constituyentes del gráfico lacaniano que nos ocupa, estamos en disposición de determinar las relaciones fundamentales que se producen en el mismo (ver figura 1 ): 2.1. Las interferencias continuas del “eje imaginario”. En principio hemos de decir que nos hallamos ante dos ejes que se entrecruzan: el “imaginario” (vector aa’) y el “simbólico” (vector AS), entre los que se producen constantes interferencias. De hecho, la finalidad primordial de este diagrama consiste en mostrar que la relación simbólica se halla siempre bloqueada por el “eje imaginario” que, como ya sabemos, se encuentra formado por el “yo” y su imagen especular.

En efecto, el “yo” propone un discurso de apariencias que enmascara la verdad del “sujeto” y de su deseo, conduciéndolo a una alienación fundamental. De esta suerte, no es posible sustraerse a esa captura imaginaria y ahí es donde tiene lugar el desconocimiento más absoluto. Este funcionamiento, que la clínica pone de manifiesto en incontables ocasiones, es comparado por Lacan con una válvula trioda, un artefacto electrónico que fue inventado en 1.907 por Lee de Forest.

A este físico se le ocurrió introducir un filamento en la válvula dioda, de manera tal que ésta pasaba a componerse de: los polos positivo (ánodo) y negativo (cátodo) y un tercer elemento en forma de rejilla que podía positivizarse, permitiendo entonces el paso de los electrones, o negativizarse, deteniendo ese transcurso. Como consecuencia de lo anterior, al tener que atravesar el “muro del lenguaje”, el mensaje del “Otro” llega al sujeto de una forma interrumpida. Quiere decir que, los frotamientos imaginarios obstaculizan el fluir de los pensamientos inconscientes provocando la aparición de: cortocircuitos de la palabra, relaciones privilegiadas, relaciones prohibidas, vocablos que no se pueden pronunciar, otros que se repiten de modo continuo y que impiden la aparición de los nuevos, etc (nota 1). Ciertos retoños de palabras que traspasan el imaginario, son productos de lo que Freud llamó el “retorno de lo reprimido”, compañero inseparable de la “represión”, y que muestra cómo algo puede pasar desde (A) hasta (S), al tiempo que resulta vetado su tránsito. Nota 1 Un caso puede servir de muestra: se trata de un paciente de 42 años que, desde que se quedó en paro y le sucedieron determinados hechos desagradables relacionados con un negocio que montó, presenta un cuadro de vértigo timopático que le ha llevado a la consulta de innumerables especialistas, siendo derivado finalmente al psiquiatra. Su discurso, durante un buen número de sesiones, ha consistido en hablar solo de los vértigos. Esta repetición constante impide el afloramiento de los elementos simbólicos (significantes) que organizan el síntoma. El cambio, tras ciertas intervenciones tácticas, produce la expresión de los miedos y temores que le atenazan. Ahí es donde se ha dado el bloqueo procedente del imaginario que no le permitía pronunciar la palabra “miedo”, ya que una persona como él, tan “apuesta”, “emprendedora” y “decidida”, no podía jamás tener miedo a nada. El “miedo”, según afirma, es algo propio de cobardes. A veces, este fluir puede producirse masivamente en los llamados “fenómenos de despersonalización”, donde quién lo padece no se siente el que es habitualmente, como un paciente nuestro que expresaba gráficamente: “me toco varias veces para saber si soy yo”; este extremo se debe a la masiva afluencia de mensajes que rompen (temporalmente) la supuesta “unidad” imaginaria (nota 2). Nota 2 El “yo” funciona en el registro de la “unidad” y la “síntesis”, que son necesarios para su subsistencia como organización psíquica. Pues bien, cuando se producen afluencias del “eje simbólico” se pone de manifiesto una quiebra temporal de la ansiada “unidad”, estos sucesos psíquicos son vividos por el paciente como “vivencias de despersonalización”. Los matices que presenta pueden ser variopintos, pero casi siempre tienen la característica de notarse “raro” o sentirse “otro”.2.2. La coagulación del sujeto en una imagen. Los múltiples representantes en los que el sujeto se pierde tienden a condensarse en una representación imaginaria que será, en adelante, la única que el sujeto podrá darse de sí mismo, la única a través de la cuál podrá captarse. Esta objetivación imaginaria del sujeto con respecto a sí mismo es el “yo” y decir que “el yo se cree yo” es mostrar la exactitud de esta captación a la que el ser hablante se encuentra cada vez más atado. Por consiguiente, el ego es la forma en la que el sujeto se representa a sí mismo coagulado en una representación-imagen directriz que le atrapa y de la cuál no puede zafarse. Afirmamos entonces que el sujeto queda alienado en el ego, se ve forzosamente en el “yo” y cree de modo firme que el “yo” es él. En consecuencia, cuando habla no sabe lo que dice. La relación que el sujeto mantiene consigo mismo se halla siempre mediatizada por la línea de ficción (a-a’), donde queda eclipsado. El lenguaje facilita este efecto pues, al poner al “yo” como sujeto de la oración, se crea la ilusión de que el “yo” es el “sujeto” y que toma sus decisiones voluntariamente. Cuando el paciente que presentamos antes afirma “yo soy un buen estudiante”, esa forma de expresarse con el “yo” como sujeto oracional, le crea la ficción de que la decisión de ser buen estudiante parte enteramente de él, olvidando (o dejando fuera del discurso) la determinación sobre sí del mensaje del Otro (“Tú eres el inteligente de la familia”, “Tú iras a la Universidad”, etc). Al tomarse el “yo” por el “sujeto”, este último aparece excluido en mayor o menor grado; a este fenómeno Lacan lo denomina “forclusión del sujeto”. Esto es llevado a un extremo en los discursos racionales, lógicos, matemáticos o científicos (4) (nota 3). Nota 3 Cuando Lacan se refiere a los discursos científicos habla del “sujeto del conocimiento”. Se trata de aquel que legisla por medio de la industria racional sobre la verdad de las cosas o incluso del propio sujeto. Al asumir la producción de esos enunciados como verdaderos el “sujeto del conocimiento” es elevado a la categoría de “sujeto epistemológico”. Este último decreta por sí mismo y para sí mismo lo que es propio del saber verdadero y sus herramientas garantizan el despliegue de un conocimiento positivo. Hallamos aquí la más perfecta de las realizaciones imaginarias del “yo” y un discurso completamente sometido a cierto “ideal”, que busca el “saber absoluto” sobre el que se sostiene el racionalismo de la ciencia que es, justamente, donde el sujeto se halla más amordazado. El “sujeto” se percibe a sí mismo bajo la forma de “yo”, que constituye su identidad según venimos admitiendo, pero añadimos algo nuevo ahora: la relación del “sujeto” con su “yo” va a depender necesariamente del “otro” especular e, inversamente, la relación que mantiene con el “otro” siempre depende del “yo”. Esto puede verse en la figura 1, en el vector (Sa’).2.3. La incomunicación sustancial del hombre. Cuando un sujeto (S) trata de comunicarse con otro sujeto (A), nunca alcanza a su destinatario en su autenticidad y siempre encuentra en su camino, desde el primer momento, al pequeño otro (S-> a’), que lo remite al momento a su propio “yo” (a’-> a) de acuerdo con el eje de construcciones imaginarias de los ego y los alter-ego (ver figura 1 ). El intento de comunicarse directamente con el gran “Otro” es imposible y solo se consigue hacerlo con un pequeño “otro”, lo que quiere decir que en la comunicación el sujeto queda prisionero de la ficción en la que lo introdujo su propia alienación subjetiva. En las relaciones convencionales el sujeto está separado de los verdaderos Otros por el “muro del lenguaje” y así, intentando apuntar a sujetos verdaderos ha de conformarse con sombras. Análogamente, si alguien encarna un “Otro” no alcanzará jamás al “sujeto”, que queda excluido como hemos visto de las relaciones comunes, conectando básicamente con el “yo” (vector Sa). No obstante, como ya indicamos previamente, es el “Otro” quién otorga al sujeto su lugar en la dialéctica intersubjetiva, aunque no lo alcance en la comunicación. Todo ello imposibilita absolutamente una auténtica relación de sujeto-sujeto, transformándose los contactos sociales en puras mascaradas.2.4. El sujeto y su deseo. Si dividimos el “esquema L” según una línea vertical se obtienen dos partes: 1) la del lado izquierdo que es la del sujeto, que contiene a su vez al “sujeto del inconsciente” (S) y al “yo” (a) y b) la del lado derecho, el campo del otro, que agrupa al “otro” como semejante (a’) y al “Otro” como “alteridad radical” (A). La separación lacaniana expuesta pulveriza la “teoría de las relaciones objetales”, tan ajenas al pensamiento freudiano, puesto que cada uno de los lados de la división es doble (yo/sujeto y otro/Otro), mientras que en aquella teoría hay solo dos partes: el “sujeto” y el “objeto”. Aquí no se trata de algo simplemente dual pues, como indica Lacan, no puede haber análisis auténtico si se confunden extremos tan heterogéneos (nota 4). Nota 4 Si no se tiene en cuenta esta separación fácilmente se puede caer en interpretaciones erróneas de carácter imaginario. Este es el caso de una paciente nuestra que contó a su terapeuta anterior la siguiente historia: “Estaba en la Feria de Sevilla con mi marido y este se encontró a unas compañeras de trabajo en la caseta. De repente él me dijo: ‘ya puedes coger un taxi e irte para casa, que yo me quedo con estas niñas’. En ese momento, como si fuera una orden me fuí en taxi para casa, aunque no dormí en toda la noche”. Este hecho tan singular fue interpretado como: “Vd. es masoquista, por eso aguanta todo lo que le echen”. Esta interpretación resulta ser absolutamente imaginaria y tuvo el efecto fulminante de que la paciente abandonara para siempre la consulta con una sonrisa amable. Cuando vino a consultarnos, la mujer contó el mismo hecho preguntando por qué lo hizo. En este momento, se la estimuló para que ella misma obtuviera una respuesta; de este modo, tras un “no sé, no tengo ni idea” seguido de muchas otras palabras, añadió de pronto: “Mi marido fue el único hombre que se enfrentó a mi padre, y a un hombre así se le puede permitir cualquier cosa”. Entonces se le contestó a la paciente: “Ahí tiene la respuesta que buscaba”. Se quedó entonces muy asombrada de haber pronunciado la respuesta a una pregunta que la mantuvo en vilo varias semanas, sin que su voluntad interviniera en ello. Hallamos aquí una interpretación simbólica, que permite diferenciar la que aporta un “otro” de la que surge desde un “Otro”. Se observa que desde el sujeto (S) solamente sale una flecha (Sa’), que ahora puede entenderse como el vector del deseo. Sale de (S) porque el deseo torna activo al hombre; “está en la fuente de toda animación”, dice Lacan. Es la dimensión freudiana del deseo, que hace de (a’) su destinatario y lo convierte en “objeto” (nota 5). Se observa que nos hallamos aquí ante una articulación entre lo “simbólico” y lo “imaginario”. Nota 5 El problema del “objeto de deseo” será encarado y resuelto por Lacan algún tiempo más tarde, cuando elabora la noción de “objeto a”. Este, entendido como “causa del deseo”, ya no pertenece al “registro imaginario”, sino al “real”. Tales cambios empiezan a producirse en el siguiente gráfico lacaniano, llamado “esquema R”. Vemos aquí a (a’) no ya como la imagen del “otro” imaginario, sino como “objeto de deseo” (5). Se le contempla como “objeto libidinal”, entendiendo la libido como imaginaria (nota 6). Por consiguiente, en el esquema propuesto (a’) tiene dos valores: el “otro” de la dialéctica imaginaria y el “objeto de deseo”, que en este seminario es teorizado como imaginario. Nota 6 Al respecto dice Lacan en este Segundo Seminario: “Libido y yo están del mismo lado. El narcisismo es libidinal”.2.5. El Otro no-determinado. Se observa que desde (A) solo salen vectores y no llega ninguno, lo que nos indica que es un lugar determinante y no determinado. Uno de estos vectores camina desde (A) hasta (a) (vector Aa) que expresa cómo lo simbólico determina a lo imaginario. Esto se demuestra observando cómo es posible operar, en el trabajo analítico, sobre lo imaginario desde lo simbólico, precisamente por ser este último determinante. Añádase, que el mensaje que parte de (A) no es captado por (S), a pesar de hallarse allí, sino que lo recibe el “yo” (a), dado que la linea queda cortada (por a-a’) y no le queda más remedio que seguir otro camino: (Aa). La dirección que sigue el vector (A -> S) indica que si bien entre ambos términos hay una relación de interdependencia, no implica reversibilidad. Esto se debe a que es siempre el “Otro” quién determina al “sujeto” y no a la inversa, de ahí la orientación del vector. Ya dijimos algo al respecto (véase primera parte), cuando indicábamos que el lenguaje siempre preexiste al sujeto y proviene del “Otro”, determinando al primero de ellos. Aquí Lacan diferencia otra forma de deseo, el “deseo hegeliano”, que podríamos denominar “hegeliano-lacaniano”, y que se inscribe en el vector (A -> S). Se trata del deseo como “deseo del Otro” y es lo que hemos expresado así: “Tú serás quien vaya a la universidad”. El enunciado es tomado al pie de la letra por su receptor, pero al hacerlo cambia el sujeto oracional, de manera tal que se convierte en este otro: “Yo quiero ir a la universidad”. Eso provoca que el “yo” se crea en todo momento el dueño de su destino, tratándose de una de las mayores ilusiones que dominan a las personas.2.6. El “yo” como absolutamente determinado. Obsérvese como al término (a) solo llegan flechas y ninguna sale. Expresa la condición de determinado que tiene el “yo”, quedando afectado en sus actuaciones tanto por el “otro” como por el “Otro”. Esto contradice, una vez más, las ideas de Hartmann (4) acerca del ego “autónomo” o “independiente” pues, como vemos, dicha organización se encuentra completamente influenciada por los múltiples componentes del esquema. Lo expuesto puede verse con gran claridad en el caso de una paciente fóbica, quien (¡con 32 años!) mantiene actualmente su primera relación pareja y, a pesar de ello, no se lo cuenta a nadie “por el qué dirán”, pues él forma parte de su grupo de amigos. Evidentemente, la imagen que se pueda producir sobre ella está en juego, dando cuenta de la negativa a realizar dicha comunicación.3. Puntualizaciones sobre el tratamiento psicoanalítico. El “esquema L” representa una especie de soporte para el analista en sus actuaciones, pues muestra qué hacer y por dónde conducir las demanda del paciente e incluso propone un lugar para el analista. Vemos en este último apartado cuáles son las directrices que se pueden sacar: 3.1. Traspasar el “muro del lenguaje”. Lacan afirma que el trabajo analítico debe apuntar a alcanzar un “habla verdadera” que una al sujeto con otro sujeto, lo que implica ubicarse al otro lado del “muro del lenguaje”, saltándose el “habla vacía”. Salir de la cháchara común, y por consiguiente progresar, implica que durante todo el proceso de análisis el “yo” del analista debe permanecer “fuera de la sesión”, para no ser espejo del paciente. Esta afirmación da una respuesta clara y contundente a eso que muchos analizantes cuestionan en sus sesiones: “lo que hago aquí puedo hacerlo con un amigo o con cualquiera de mi familia”. Lacan demuestra que no tiene nada que ver, dado que las relaciones a las que el consultante alude tienen el sello imaginario, pues implican siempre un: “porque te quiero, te digo lo que quieres escuchar” o “te doy el consejo de turno para que actúes como yo hago”. La respuesta ante los cuestionamientos del paciente está clara: el análisis se convierte en una actuación que lleva a lograr una mayor objetividad con el mismo pues conduce a la posibilidad, inédita en las relaciones corrientes, de moverse en el terreno de lo “simbólico”, más allá de toda la tontez en la que se asientan los contactos ordinarios. De ahí que el trabajo consista en hacer tomar conciencia al consultante de sus relaciones, no con el conjunto de los “yoes” que lo rodean, sino con todos esos Otros que son sus verdaderos garantes y que no han sido reconocidos por él. Se trata, además, de que el sujeto descubra progresivamente a qué Otro se dirige en realidad cuando habla en las sesiones, asumiendo las relaciones de transferencia en el lugar en que están realmente.3.2. El origen imaginario de las resistencias. Entendemos por “resistencia” aquello que detiene o se opone al trabajo analítico. Freud indicaba que toda resistencia procede de la organización yoica. La resistencia se encuentra sustentada en el posible paso o no, de lo que tiene que transmitirse como tal en el trabajo de las sesiones. En este contexto, el “yo” cumple la función de obstáculo, interposición o filtro del discurso inconsciente, pues al incorporarse al circuito imaginario condiciona las interrupciones del “discurso fundamental”. Ahora bien, si la resistencia se encuentra en la relación imaginaria, también ahí puede hallarse implicado el analista. Efectivamente, esto se debe a que si el último mencionado aplica una fuerza, el paciente responderá resistiéndose. Tal evento ocurre, pongamos por caso, cada vez que se sacan temas que no está dispuesto a tratar, lo que expresa con toda claridad que no se puede avanzar más deprisa; el paciente está en el punto en el que está y ante eso no tenemos nada que decir (nota 7). En síntesis, diremos que el analista produce resistencia cuando no comprende lo que tiene delante. Nota 7 Precisamente por eso, Lacan afirma que: “la única resistencia verdadera en el análisis es la resistencia del analista”. Pensar la resistencia como algo que hay que liquidar, en el sentido annafreudiano (7) es completamente absurdo; de lo que se trata, más bien, es de enseñar al sujeto a nombrar, reconocer o articular su propio deseo, que insiste y que está más allá de las resistencias. Al hacerlo así y conseguirlo, se crea una nueva presencia en el mundo, pues queda nombrado algo que antes no tenía tal dimensión.3.3. El analista en el lugar del Otro. Para saber dónde se tiene que situar el analista es preciso no confundir “otro” con “Otro”, pues aquel debe estar siempre en el lugar del “Otro”. Con esto se indica que debe escapar de los contactos convencionales en los que se sostienen las relaciones incondicionales de amigo, hijo, hermano, esposo, etc. Dicho de otra forma: si lo determinante es el “Otro” y lo determinado es el “yo” (ver figura 1 ), entonces el tratamiento psicoanalítico debe proceder sobre y desde (A), para así influir en (S). Tener en cuenta este asunto tan importante, implica no entrar en competición (imaginaria) con el paciente; en este sentido, no tenemos que convencerlo de nada, ni discutir con él, ni llevarlo a ningún terreno, simplemente dar la respuesta adecuada en el momento en que se precisa. Tampoco debe establecerse ninguna alianza o pacto con el “yo”, como indicaron los teóricos de la Ego Psychology (6, 8), pues ello implicaría el desconocimiento más absoluto.3.4. La transferencia. Este fenómeno en el que se funda todo el edificio teórico-técnico del psicoanálisis se produce entre el “Otro” y el “yo” (vector Aa). Sucede así porque quién recibe el mensaje procedente del analista, investido como “Otro”, es en principio el “yo” dado que subsiste el bloqueo entre (A) y (S). En el momento en que tienda a disminuir la resistencia de la función imaginaria del “yo”, el (A) y este último pueden en cierto modo concordar, es decir, comunicarse en grado suficiente para que entre ambos se establezca cierto isocronismo, cierta positivación simultánea de la lámpara trioda. En este caso, se permite el paso de la “palabra fundamental” de (A) a (S) hasta ese momento censurada. Entonces, el sujeto por intermedio del análisis, descubre su verdad consistente en la significación que cobran en su destino particular esos datos de partida que le son propios. Dicha significación es función de ciertas palabras que son y no son suyas, pues las recibe totalmente hechas (del “Otro”). Se demuestra así lo delicado que es el tratamiento psicoanalítico pues, en sus comienzos es el “yo” quién recibe la palabra del analista, lo que implica extremar los cuidados en las intervenciones (nota 8). Hay que considerar, además, que el “yo” del paciente puede intentar buscar un aliado en el “yo” del analista, con tal de que la palabra no pase, y así logre hacerse más fuerte y docto, lo que implica tener en cuenta las muchas trampas imaginarias que se puedan dar. Nota 8 Esta es la original versión lacaniana del psicoanálisis como “paranoia dirigida”.3.4. Finalidad del tratamiento. En la terapia no se trata de que el “yo” triunfe y se haga el dueño, pues entonces se fabrican auténticos narcisistas y se transige con las ideas del “yo fuerte” de la Ego Psychology y otras ortopedias psicológicas normativas y educativas (5). El “yo” debe dejar paso progresivamente al “sujeto” o, dicho de otra forma, lo imaginario debe dejar lugar al sujeto en la autenticidad de su deseo, cuya verdad se encuentra demasiado comprometida a causa de la alienación (nota 9). Nota 9 Un caso puede reflejar claramente este asunto. Recibimos en cierta ocasión a un matrimonio, en el que el marido se quejaba de que su mujer había hecho un “tratamiento para la autoestima” y que, a partir de entonces “se había vuelto tonta e imbécil”. Esto se debía a que, si bien antes tenía la “autoestima baja” y era comprensible por quiénes la rodeaban, ahora “se cree la mejor del mundo y todo el día está hablando de lo bien que hace todas las cosas y de lo estupenda que es ella” y que “ahora nadie la aguanta, ni sus hijas, ni su propia familia”. Se trata de una terapia en la que la mujer, enfrentada a un espejo, tiene que halagarse y decirse todas las cosas buenas que posee. Estamos ante un proceder que ha fomentado su “ego”, lo cuál no es una verdadera cura y a la vista está la queja de toda su familia. A lo largo de las sesiones, la propia paciente pudo concluir que no era bueno ni tener la “autoestima alta” (léase: “yo fuerte”) ni tampoco “baja” (“yo débil”) y pudo así ir descubriendo progresivamente, aquellos elementos que la tenían prisionera en la imagen. Por eso, tras el análisis, el ego no se volatiliza sino que se produce cierto grado de armonización para permitir que la palabra fluya en el esquema. Se tiende a suprimir la distancia entre (S) y (a), de modo tal que el “yo” aprenda paulatinamente a ponerse en concordancia con el “discurso fundamental”.4. Conclusiones. Lacan comienza a utilizar gráficos en su enseñanza con el propósito de exponer ante su audiencia elementos claves y, a la vez, problemáticos de la teoría psicoanalítica. El carácter conflictivo de tales conceptos se debía, específicamente, a las erróneas lecturas que hicieron los “postfreudianos” de los textos originales e intentaron aproximar esta disciplina a la Psicología General, centrada en la conciencia. Se olvidaba así todo el espíritu innovador contenido en el legado freudiano, de ahí que Lacan plantee la necesidad de un “retorno a Freud” (9). El “esquema L”, al que su inventor gusta llamar “nuestro cuadrado mágico”, es uno de estos gráficos con el que pretende fijar algunas ideas fundamentales, deshaciendo los muchos equívocos existentes por aquel entonces. Para tal menester, usa ciertos símbolos que parecen conformar una especie de álgebra, a los que denomina “matemas”. El esquema que estudiamos muestra cómo la experiencia humana en general, y la psicoanalítica en particular, son imposibles de pensar si no es en el contexto de la intersubjetividad y en una relación particular con el lenguaje. Ambos componentes se hallan asociados aquí de forma original y, una intelección correcta de esa articulación, resuelve muchos interrogantes sobre aspectos diversos del tratamiento con nuestros pacientes, como son: resistencia, transferencia, interpretación, lugar del analista, etc. Un nodo del “esquema L” es el representado por el “yo”, pues en la época del Segundo Seminario esta instancia tenía un estatuto controvertido debido a las importantes disidencias que se produjeron (9). Lacan se empeña en otorgarle una posición correcta, pues dependiendo de la idea que se tenga de esta instancia se trabajará en un sentido u otro diferente (10). Consiste el “yo” en el lugar en el que el sujeto adquiere una representación de sí mismo como “unidad” y sin fisuras. Asumir la mejor representación propia posible es un mecanismo consustancial a la arquitectura y funcionamiento de la subjetividad, que culmina en una pretensión narcisista casi imposible y asociada al campo del “ideal”. Ahora bien, que así sea no significa que la acción analítica tenga que restaurarlo en la unidad a la que tiende, ahora “fracturada” por el síntoma (nota 10). De hecho, Freud trataba por todos los medios de dirigir la atención del clínico hacia otro lado, concretamente en dirección al “inconsciente”, una acción elogiosa que suponía una verdadera revolución en el conocimiento de la vida mental. El “yo” se organiza y mediatiza en la relación con el semejante y ambos conforman el “eje imaginario”, tratándose del espacio de las ilusiones y los señuelos más poderosos. En contraste con éste e ignorado por el “yo”, se muestra con gran claridad el “eje simbólico” formado por el “sujeto” y el “Otro”, que es el portador de la “palabra fundamental”. Es evidente que esta última se halla en declive debido al poderoso influjo de las imágenes, que dominan la vida del ser humano, al que intentan elevar a su grado superlativo y a las que, por idénticas razones, no se quiere renunciar. Podemos ver el mundo actual completamente sumido en este diálogo imaginario del que no hay salida ni final y que se presenta como repetitivo, estereotipado, que eleva la banalidad a su máximo esplendor y al que un artista de la talla de Andy Warhol, con su Pop Art, intentó desarticular en forma burlesca. Nota 10 El síntoma como tal rompe la “unidad” del “yo”, pues se manifiesta como aquello que molesta y altera la representación propia. De ahí que el paciente tienda a dar muchas explicaciones sobre el mismo que no lo comprometan personalmente (p. ej. “se debe a la genética”, “es por una alteración de mi cuerpo”, “mi cerebro está mal”, etc). Al mismo tiempo, el síntoma hiere narcisisticamente a su portador, pues lo conduce a una situación de debilidad, por eso precisamente, quiénes acuden a nosotros piden con insistencia que le quitemos el síntoma sin el menor esfuerzo por parte de ellos. Más allá del “yo” se encuentra un “sujeto”, desconocido por el primero y que recibe las palabras fundantes de un “Otro”, las cuáles le hacen ser lo que es. En efecto, el “sujeto” se constituye sobre la base de los mensajes del “Otro”, de ahí que la palabra escape al control consciente. Lacan nos presenta la palabra inscrita en la intersubjetividad, lo que hace que el inconsciente adquiera una dimensión transindividual inédita hasta ese preciso instante del seminario, que debió dejar sin aliento a más de uno. Ha quedado expuesto que el “eje imaginario” actúa interponiéndose entre los mensajes del “Otro” y el “sujeto”, dándose una curiosa paradoja resuelta de manera brillante, pues es el propio lenguaje el que produce esta separación (“muro del lenguaje”), al tiempo que es constituyente del sujeto. Los caprichos imaginarios hacen que el mensaje del “Otro” lleguen de forma interrumpida, o incluso distorsionada, provocando frecuentes cortocircuitos en su propio fluir. Añádase que el lenguaje, con sus modos de expresarse y sus trampas, facilita el engaño del “sujeto” de creerse un “yo”, que puede llegar hasta pensarse como el autor pleno de los destinos de su propia vida; una ilusión en la que cayeron personajes de la talla de Loewenstein, Kris, Hartmann y otros allegados intelectualmente. No es difícil percatarse de que la incomunicación es lo habitual y que la interacción “sujeto-sujeto” no puede realizarse como cabría esperar ya que, cuando un “sujeto” intenta comunicarse con otro, encuentra en su camino al “alter-ego” que remite necesariamente al propio “ego”. El “esquema L” expone que este último es el componente más determinado del sistema, lo que contrasta vivamente con las posiciones teóricas annafreudianas (7) y de la Ego Psychology (6, 8), aunque él mismo se cree determinante; he ahí el más prodigioso de los autoengaños. Quién ejecute y promueva el trabajo analítico debe tener muy claras las cosas, sobre todo que no debe colocarse en el plano imaginario, respondiendo en la misma sintonía en la que emite el consultante. Por contra, ha de salirse de la tontez cotidiana, para buscar los más poderosos efectos sobre el sujeto. Este procedimiento diferencia claramente lo que se efectúa en las sesiones de lo que el paciente puede hacer cuando se desahoga con los más cercanos. En este orden, las resistencias las ponemos del lado del imaginario y también se hallan encastradas en la intersubjetividad, en la que el analista no debe entrar; he ahí el gran peligro que corre, pues si no tiene en cuenta las indicaciones lacanianas fácilmente puede caer en: intentar ir más aprisa de lo que se puede, tratar de convencer al que tiene delante, imponer sus propias ideas, etc. Una vez más encontramos al “yo” como una roca en el camino del avance. El analista debe ubicarse en el lugar del “Otro” para así lograr zafarse de toda la imaginería yoica y de las relaciones cotidianas, pero sus mensajes van a chocar de lleno con la pétrea organización del ego, de carácter inamovible. Un trabajo necesario de realizar que tiene por delante consiste en intentar lograr una “positivización” de las funciones yoicas, de modo tal que estas permitan el fluir de la palabra y que ésta pueda llegar al “sujeto”, entrando entonces en una experiencia novedosa, capaz de “refrescar” con nuevas ideas un aparato mental ya viejo. Se observa que la postura del psicoanálisis choca frontalmente con los presupuestos de la sociedad actual, en la que “todo vale” y la gente cree ser “plenamente conscientes” de lo que hacen. Pero, recogemos en nuestras consultas el efecto deletéreo de estas ideas: mientras más son asumidos estos postulados, más mediatizado se está por los mensajes procedentes de anuncios y medios de comunicación alienándose, finalmente, en el consumo y actividades parecidas, sin apenas pensar en lo que se hace. Desbancar al “yo” de su propia morada y descentrar la experiencia, se transforman en una poderosa afrenta para quiénes creen decidir “todo” por sí mismos y ser “totalmente libres” en sus actuaciones o pensamientos. Tras lo expuesto, tiene poco sentido hablar del “yo fuerte” como sinónimo de “yo normal” o “adaptado”, frente al “yo débil”, “enfermo” o “desadaptado”, porque si pensamos así rápidamente se concluye que nuestra función consistiría en fortalecerlo para que la gente se adapte mejor y sea feliz. Hemos visto que el “yo” es el lugar de la ilusoriedad, cuya tendencia es hacia el desconocimiento más absoluto; de ahí que quiénes trabajamos en el fascinante campo del análisis prefiramos el “yo débil” al “fuerte” pues este último, tal como señaló Lacan, tiene una estructura paranoica, debido a la inercia tan enorme que posee a cualquier movilización y por la alta tasa de certeza que tiene sobre irrealidades, funcionando casi como un delirio. Pese a las dificultades existentes, quien trabaje con pacientes en esta línea no debe desfallecer en su empeño, y ha de buscar sutilmente el modo de abrir el camino al conocimiento, saliendo de aquello que Leonardo da Vinci sabiamente señalaba: “El hombre es capaz de un gran discurso cuya mayor parte es vacío y falso”. Bibliografía (1) Lacan J. Seminario 2: El yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Barcelona: Paidós, 1.986. (2) Freud S. El yo y el ello; en Obras completas (vol.3). Madrid: Biblioteca Nueva, 1.981. (3) Freud S. Más allá del principio del placer, en Obras completas (vol.3). Madrid: Biblioteca Nueva, 1.981 (4) Lacan J. Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Escritos (vol.1). Madrid: Siglo XXI, 1.977. (5) Eidelsztein A. Modelos, esquemas y grafos en la enseñanza de Lacan. Buenos Aires: Manantial, 1.992. (6) Hartmann H. Ensayos sobre la psicología del yo. México: FCE, 1.969. (7) Freud A. El yo y los mecanismos de defensa. Barcelona: Planeta-Agostini, 1.984. (8) Hartmann H. La psicología del yo y el problema de la adaptación. Buenos Aires: Paidós, 1.987. (9) García Arroyo J.M. Consecuentes de la obra de Freud. Anales de Psiquiatría 2.005, 21 (2), 73-81. (10) García Arroyo J.M.; Domínguez López M.L. El concepto del “yo” en el corpus freudolacaniano y sus consecuencias en la práctica clínica y psicoterapéutica. Anales de Psiquiatría 2.008, 24 (3). Dirección para correspondencia: José Manuel García Arroyo ( [email protected] ) Recibido: 13/02/2010; Aceptado: 15/07/2010

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¿Cuál es el objeto del deseo?

El objeto de deseo | MODO La pérdida es lo que genera el deseo y el objeto de deseo será aquel en el que depositamos nuestras carencias y necesidades. Un objeto puede ser concebido como una extensión de nosotros mismos, como una forma de representar y comunicarnos con el mundo y con los otros.

  • El ser humano se fabrica a sí mismo en la medida que fabrica objetos para su vida; el objeto se convierte en un artefacto, en una prótesis que nos ayuda a realizar aquello que nuestro mismo cuerpo limita.
  • Esta limitación genera una necesidad por los objetos, pues éstos sustituyen o complementan aquello que nos hace falta de forma natural; aparece así el objeto de deseo, pues encarna nuestras carencias y necesidades.

Freud dice que el objeto de deseo es un objeto perdido que el sujeto buscará eternamente reencontrar, aquel que lo remita a esa satisfacción primaria o experiencia mítica que será imposible de recrear. El objeto de deseo será el depositario de nuestros anhelos, sustituirá aquello que nos hace falta.

  • Será la materialización de sentimientos y pensamientos, nos remitirá a momentos, personas y lugares inaccesibles.
  • Cada quien tendrá sus objetos de deseo, aquello que ansiamos con tanta fuerza que se convierte en una necesidad y que, según el psicoanálisis, raya en lo patológico pues buscamos que un objeto evidentemente inanimado realice una acción para satisfacernos.

Esto nos lleva a desarrollar una fijación por los objetos de deseo, y representa para Lacan, un elemento conflictivo en la relación del objeto con el sujeto. “El objeto se alcanza por la vía de una búsqueda del objeto perdido. Por el solo hecho de esta repetición se instaura una discordancia.

  • El sujeto está unido con el objeto perdido por una nostalgia.
  • El nuevo objeto se busca a través de la búsqueda de una satisfacción pasada: es encontrado y atrapado en un lugar distinto a aquél donde se lo buscaba” Todos tenemos uno o varios objetos de deseo, nuestros tesoros, fijaciones y fetiches, los buscamos con esmero y en algunos casos, los coleccionamos.

El acervo del MODO es un claro ejemplo y aquí presentamos una muestra de objetos que, en algún momento, pudieron convertirse en el objeto de deseo para alguien más. Esta colección nos hace pensar en cuáles son nuestros objetos de deseo cuáles son los tuyos? : El objeto de deseo | MODO

¿Qué es el goce en Lacan?

El goce surgió en la teoría lacaniana para destacar lo relativo de la meta de la pulsión, es decir, la satisfacción. El goce es la relación paradójica irresuelta entre el placer y el displacer de la satisfacción sexual en el síntoma.

¿Qué es el semblante en Lacan?

I En su repetición inmediata o metaforizada, en sus efectos y en su discursividad, hay un concepto que tiene en la contemporaneidad una evidente relevancia. El concepto es el de imagen, Redes sociales en las que la escritura está casi ausente, publicidad, estética, culto a la belleza.

Tanto en su apelación constante, como en las críticas de su predominio, la imagen constituye la forma predilecta del decir contemporáneo, la forma más frecuente de la presentación de sí y de la evocación al otro ( Bassols, 2017 ; Leserre, 2018 ; Miller, 2009 ). Señalar su centralidad no equivale a indicar el peso del significante “imagen”, que seguramente lo tenga.

Más bien, se trata de demarcar su primacía en tanto modo de aprehender, pensar, idear y hasta de ser en el mundo. Además de su significación más cotidiana, vinculada a lo figurativo, la imagen evoca una serie de nociones muy oídas en los campos de las ciencias sociales y las humanidades: imaginario, imaginación, imaginarización.

Términos que indican, con sus torsiones y desacoples, que la instancia de la imagen y de lo imaginario tienen un rol ineludible en la constitución del lazo social, de la vida en común, del ser con otros.1 Para el psicoanálisis lacaniano, la imagen es fundamental en la formación del yo, 2 en la medida en que se figura como la representación alienada, totalizada y totalizante al mismo tiempo; unificante y cerrada, siempre amenazada con la ruptura, con el resquebrajamiento o la disgregación.

No es un mero reflejo o copia (distorsionada o literal) del objeto que representa, sino ese lugar que le ofrece al sujeto una figuración sin fallas, discontinuidades o agujeros. Por eso, formulaciones tales como “yo”, “comunidad”, “cuerpo” o “nación”, en tanto instancias de unidad o incluso de homogeneidad, pueden pensarse como apelaciones imaginarias.

  1. La imagen es poderosa y atrapante, ya que no supone la mortificación propia del registro simbólico, la castración: el significante representa algo ausente, implicando pérdida, tachadura, falta de significado último.
  2. Sin embargo (y por ello mismo), el reverso de una totalidad imaginada suele ser devastador: una realidad despedazada o desagregada.

En todo caso, se trataría de una homogeneidad fuerte y lábil al mismo tiempo, amenazada constantemente por su ruptura. Lejos de ser constituida por el yo, la imagen es constituyente de aquél, lo cual revela un plano activo de lo imaginario en la conformación del cuerpo, y desanda al mismo tiempo una tradición en la cual la imagen es un mero reflejo de las cosas.

En este sentido, la novedad del fenómeno en cuestión estaría, no tanto en la apelación a la imagen -eso, como señalábamos más arriba, es constitutivo de todo ordenamiento, estructura o identidad-, sino más bien en una imaginarización de lo real ( Mankoff, 2018: 23 ), para decirlo con la distinción de los registros lacanianos sobre los que volveremos más adelante.

En otras palabras, se indica una pretensión de atrapar en la imagen aquello que es inasimilable o, más aún, una presentación de la imagen como lo real mismo; la construcción de una hiperrealidad. Como veremos en nuestro trabajo, se trata de una torsión que declara la muerte de los semblantes en su intento de atrapar lo real, tal como si pudiese existir una realidad sin semblante.

Aquí cabría una diferenciación importante entre lo real, en sentido lacaniano, y la realidad, que siempre es una construcción simbólico-imaginaria. De allí que el semblante no se opone a la verdad o falsedad, sino a lo real lacaniano, aquello que escapa a ser apresado por la significación. Asumiendo que el psicoanálisis es un modo de lectura que, dirigiéndose hacia aquello que no cuadra, habilita un pensamiento sobre los bordes o agujeros de todo discurso que se pretenda totalizante, el presente trabajo busca elaborar un análisis crítico de la primacía de la imagen en la contemporaneidad.

Por ello, los interrogantes que aquí ensayaremos partirán de la noción lacaniana de semblante, como figura simbólica con investidura imaginaria, y su distinción del simulacro. Se tratará de indicar las apoyaturas simbólicas e imaginarias que, respectivamente, tienen cada una de esas categorías, con el objeto de pensar las implicancias y los reversos de la imaginarización, así como también de indicar el rol de sostén que cumple el orden significante en toda figuración imaginaria.

  1. Estos reversos serán leídos especialmente a la luz del anudamiento predominante entre imaginario y real en la contemporaneidad, desde el que, por una parte, el otro deviene siempre una amenaza y, por otra, se da un “empuje a la literalidad” ( Bermúdez et.
  2. Al,, 2018: 116 ), evidenciado en las múltiples transformaciones del cuerpo que posibilitan las tecnociencias.

En un primer apartado, nos abocaremos a introducir sucintamente los registros imaginario y simbólico, haciendo especial énfasis en las consideraciones del ultimísimo Lacan ( Miller, 2014 ) acerca del necesario anudamiento de los tres órdenes y su imposibilidad de pensarlos separadamente, implicando a veces una mayor o menor preponderancia de algunos de sus anudamientos específicos.

Más adelante, nos ocuparemos de la categoría de semblante, desarrollada por el psicoanalista francés fundamentalmente en su Seminario 18, intitulado De un discurso que no fuera del semblante, pero marcando su ligazón con el orden discursivo, objeto de su seminario anterior, El reverso del psicoanálisis,

Distinguiremos la operación del semblante de un simple enmascaramiento para señalar su dimensión capital en tanto inscripción en un orden simbólico, tal como se piensa en relación con los procesos de sexuación. Hacia el final, ensayaremos una lectura del simulacro como paradigma de la imaginarización de lo real, atendiendo a la proliferación de identidades sexuales y la primacía de la autopercepción.

  • Sin obturar este último nivel, que es constitutivo y fundamental para la subjetividad, formularemos una serie de interrogantes acerca de las implicancias que algunas de sus modulaciones conllevan para la constitución del lazo social, así como también para la formulación de sujetos colectivos.
  • Interrogarse, en otras palabras, si una imagen porta por sí sola significación o si, por otra parte, es sobre y a partir de un encadenamiento significante que se posibilita la inscripción en un orden simbólico, la articulación de un lazo con otros y otras, la constitución de identidades menos homogéneas, pero no por eso amenazadas por el riesgo de su disgregación.

II Si partimos del nudo borromeo -al que Lacan recién apela a partir de su Seminario 19 O peor – para introducir los tres registros es porque, entre otras razones, este permite dar cuenta de su articulación simultánea, y al mismo tiempo, irreductible. En su estructuración, el nudo es indicativo de lo necesario de su atadura ya que, tal como señala Lacan (2012), si uno de los cordeles se cortara el conjunto entero se dispersaría. Al mismo tiempo, es posible observar que ningún orden prevalece sobre el resto, sino que la articulación es triple, de mutua implicación (Miller, 1999).

Ello no supone que sean homogéneos, que no comporten una particularidad específica e irreductible, como ya anticipamos, pero sí que están necesariamente articulados: es imposible abordar cualquiera de los círculos sin advertir que se encuentran conectados entre sí.3 Sin embargo, es preciso señalar que esta demarcación doble de la co-constitución y de la irreductibilidad no siempre estuvo acentuada del mismo modo, sino que se trata de una elaboración que aparece en sus últimos trabajos.

En efecto, y como señala Miller (2004), es posible encontrar distintos momentos a lo largo de su trayectoria, donde se observa un acento distinto sobre cada uno de los registros, con efectos notables en las concepciones de goce, significante, objeto, o incluso en la dirección de la cura.

El nudo borromeo, en rigor, es una formalización de la (no) ontología. La negación no responde meramente a un criterio estilístico o poético, sino que evidencia que la experiencia está siempre atravesada por una hiancia o agujero, que no solo resiste a toda simbolización o representación imaginaria, incluso a su formulación bajo el “no hay” real, sino que se trata de un vacío irreductible e incolmable en el plano ontológico, en el que Lacan ubica al objeto a,

Ahora bien, este elemento topológico permite acorralar ese vacío ( Charaf, 2019 ), situarlo y funcionalizarlo: lo encierra y, al mismo tiempo, distribuye y administra los modos de operar de los registros en torno a él y entre sí, sus entrecruces y solapamientos.

Para decirlo rápida y anticipadamente, el registro imaginario produce imágenes de totalidad que buscan taponar ese agujero disonante, el registro simbólico opera bajo el orden del significante que introduce la representación y la diferencia, y lo real pone de relieve, una y otra vez, la imposibilidad de esas operaciones, la persistencia del sinsentido o, en otras palabras, de la hiancia estructural ( Miller, 2004 ).

Es en virtud de esta estructuración que podemos abordar cada uno de los registros, como también la noción de semblante y su distinción del simulacro. Así, lo imaginario es pensado, por caso, como anticipábamos en la introducción, en tanto lugar de elaboración de imágenes -de completitud- que se sostienen sobre un entramado simbólico-discursivo que lo precede y lo constituye.

Lacan aborda este registro a partir del estadio del espejo, momento en el que se constituye el yo desde la identificación especular. Su escrito, El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica, cuestiona la configuración de la identificación en tanto alienación a un otro, partiendo de la escena en la que el bebé se ve reflejado en el espejo, así como también ante el ocultamiento y desocultamiento ante la mirada.

Dos son los términos clave en este desarrollo: prematuración y anticipación. Ambos indican que en la constitución de la subjetividad, y desde el principio o incluso antes de ella, hay una falta. Esto implica sostener, a su vez, que mas que identidad hay identificación, es decir, que uno nunca es igual a sí mismo sino que siempre hay diferencia, más-que-uno.

Veamos. El bebé se encuentra en un estado de prematuración, por lo menos, en un doble sentido. Aunque bañado por el lenguaje -es decir, hablado y simbolizado por la cultura desde antes de su nacimiento- se encuentra en un momento pre-verbal, y en el que los signos que le vienen del otro le resultan enigmáticos y hasta intrusivos.

Por otra parte, esta vulnerabilidad también es biológica, en tanto el cachorro humano no sobrevive sin el amor ni el cuidado material de otro, no puede valerse, ni alimentarse, ni sostenerse físicamente mas que a partir de otros que lo precedan. Tampoco tiene control ni noción de su cuerpo en tanto totalidad: este se percibe fragmentado, un juego de partes sin coordinación ni unidad.

En este sentido, la imagen que devuelve el reflejo especular en el otro tiene un rol fundacional, ya que es a partir de ella que el yo emerge en tanto tal. Ahora bien, esta identificación imaginaria funciona en cuanto es anticipatoria: la figura de su cuerpo que se refleja en el espejo -que por cierto es más ficticio que literal, ficción que viene de la presencia de otro- le permite al niño anticipar una completitud cerrada, acabada, tratándose de una antelación de la imagen por sobre lo motriz.

En palabras de Lacan, esta imagen especular “asumida jubilosamente por el ser sumido todavía en la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia () manifiesta, en una situación ejemplar, la matriz simbólica en la que el yo se precipita en una forma primordial, antes de objetivarse en la dialéctica de la identificación con el otro y antes de que el lenguaje le restituya en lo universal su función de sujeto” (2003a: 87).

  • Esta figuración del cuerpo como imaginario echa por tierra cualquier interpretación que lo piense como natural.
  • En efecto, pensar la “pura desnudez” resulta imposible: el cuerpo siempre está revestido de una imagen que permite “presentarnos y ocultar lo horroroso del cuerpo” ( Baudes de Moresco, 2011: 34 ).

Ese reverso despedazado del imaginario ilusorio puede ser ubicado en el cruce con lo real al que más arriba hacíamos mención, es decir, con lo real del cuerpo. Sin embargo, y como fue indicado, es el registro simbólico el que funciona como sostén de la identificación especular, ya que solo en la medida en que el Otro está presente en la escena -Otro simbólico, distinto del otro con minúscula, objeto de la alienación identificatoria- es que esta se posibilita.

  1. En efecto, hay un soporte simbólico porque la escena misma lo es: “espejo”, “otro”, “mirada”, “palabra”, “yo”, todos términos que cumplen un rol en la medida en que están investidos simbólicamente, ocupando un lugar en la cadena significante.
  2. En cierto sentido, el orden simbólico es anterior al sujeto puesto que este es un efecto del lenguaje, entendido como un conjunto de normas, mandatos, disposiciones éticas, leyes culturales, etcétera.

El sujeto en tanto tal emerge porque lo preexiste un entramado discursivo que lo aloja, lo nombra y lo soporta, y que al mismo tiempo le permite establecer lazos sociales. Pero indicar su carácter de “efecto” no implica pensarlo como mero producto de una operación simbólica de subjetivación, sino más bien como su falla, es decir que el sujeto es su producto fallido o no totalmente concretado.

  1. Este es producido por el orden simbólico representado bajo la figura del gran Otro, del cual toma un significante con el que se identifica.
  2. Pero tal como indica Lacan, si “un significante es lo que representa a un sujeto para otro significante” (2003c: 779), esto necesariamente implica que la representación siempre es parcial, siempre se da en el entre, nunca puede ser total.

En este sentido, la introducción al orden del significante supone un costo, una libra de carne a pagar que tiene por efecto un sujeto dividido. Lo que se establece en el seno del orden simbólico es una escisión, la imposibilidad de una relación estable entre un significante y un significado último, convirtiéndose el primero en un sustituto que intenta completar, siempre parcial y contingentemente, el vacío en la estructura.

  • Dicho de otro modo, allí donde el gran Otro funciona como garante, como autoridad de la enunciación simbólica, también hay una barra, una falta, puesto que no hay ningún significante que escape al juego siempre metonímico de la significación, no hay metalenguaje, no hay Otro del Otro.
  • Por ello mismo, cuando el sujeto pretende encontrar en el Otro la respuesta sobre su propia identidad, este no tiene respuestas para ofrecerle ( Lacan, 2003 ).

Algunas de las implicancias políticas y sociales que podrían extraerse de estos supuestos, serían, principalmente, la imposibilidad de un fundamento último de lo social, tal como lo ha destacado el posfundacionalismo ( Marchart, 2009 ), el carácter siempre abierto y contingente de las identidades sociales -que ha signado las discusiones del posmarxismo- ( Laclau/Mouffe, 2006 ) y la imposibilidad de pensar la interpelación ideológica como operación cerrada y exclusivamente productiva ( Zizek, 2003 ).

  • El registro simbólico está estructurado alrededor de una imposibilidad, un “más allá un núcleo real, un meollo traumático”, un centro que es asimismo “un elemento extraño que no puede ser simbolizado, integrado al orden” ( Zizek, 2003: 177 ).
  • En este sentido, lo real no es nouménico o presimbólico (en un sentido kantiano), como presuponen algunas lecturas ( Butler, 2007 ), sino más bien aquello que solo se percibe a través de sus efectos simbólicos; a través de la inviabilidad de su inscripción pura con la que trastabilla toda representación.

Inviabilidad que no es lo mismo que impotencia: es precisamente porque hay representación, que se habilita el infinito campo de las identificaciones imaginarias, las metáforas y metonimias, sin que haya un sentido prefijado de antemano. En este sentido, lejos de implicar una prescindencia del orden imaginario, es a partir de la articulación de ambos registros -es decir, de lo simbólico y lo imaginario- que se habilita la sutura -parcial- del campo de representación, la fijación de identidades, el revestimiento de totalidad a las articulaciones simbólicas.

  • Como veremos, en este entrecruzamiento se puede ubicar la categoría de semblante.
  • III El anudamiento de los registros muestra que toda forma de la experiencia está siempre agujereada, incluso y sobre todo al nivel del ser.
  • Lo real, en tanto imposible, descompleta las representaciones simbólicas o imaginarias, hace fracasar toda pretensión de pura representación.

Al nivel del semblante, esto tiene muchas implicancias. Desde la primera clase del Seminario 18, Lacan (2011) insiste en distinguir la noción de semblante del simple artificio o constructo, entendido como la exhibición de algo falso, opuesto a lo verdadero o auténtico.

  • Este no es un mero aparentar en el sentido del engaño, sino que constituye el acto mismo de mostrarse, de darse a ver.
  • No se define por algo más, no es semblante de otra cosa sino que vale, importa por sí mismo en la medida en que implica hacer semblante, presentarse e, incluso, ser ante otros.
  • Por ello mismo es que el semblante no es necesariamente algo “producido”, o al menos no lo es en el sentido de lo engañoso de la producción o del constructo.

Como indica Lacan al comienzo del seminario, el semblante es una elaboración necesaria para darse a ver o mostrarse ante la mirada, que desanda cualquier oposición entre falso y verdadero o, más aún, entre “artificio” y “naturaleza”. Es ese velo simbólico-imaginario no es un mero aparentar, sino el único modo bajo el que se puede presentar el ser hablante,

Que la verdad tenga “estructura de ficción” ( Lacan, 2008: 176 ) implica, a riesgo de caer en la repetición, que no hay sino ficción. Sostener lo contrario implicaría suponer que detrás del velo del semblante habría efectivamente una Cosa a descubrir, a develar, pudiendo dar finalmente con “lo verdadero de lo verdadero” ( Miller, 2009: 21 ).

Sin embargo, eso no significa que no haya más allá -o más acá- de las representaciones -lo real es prueba de ello-, pero sí que ninguna de ellas puede ofrecer una metáfora que escape a esa imposibilidad. Si semblante y verdad están anudados es precisamente porque no existe verdad sino echando mano a una estructura ficcional.

Lo que no implica, al mismo tiempo, que verdad y semblante sean homologables, pero sí que puedan pensarse en una relación de ocultamiento. Si el semblante es el modo necesario y constitutivo del mostrar, una vez más, sostener que hay una verdad por fuera del orden del semblante, supondría creer en cierta instancia de “lo natural” limpio de lenguaje, de imagen, de metaforizaciones 4,

El punto es que allí donde se habla de naturaleza, como indica astutamente Lacan, también está operando una conjugación simbólico-imaginaria: arco iris, trueno, cortejo animal, meteoro, constelaciones; todas muestras que ofrece el psicoanalista francés para dar cuenta de que en ella los semblantes abundan.

Es precisamente porque en la naturaleza no opera la estructura que resulta inviable pensarla como lo real, ya que este último solo “aparece como consecuencia de lo imposible” ( Miller, 2009: 14 ).5 En suma, la naturaleza nunca es anterior a lo simbólico, no lo precede, nunca está desnuda, ni es posible aprehenderla en bruto, sino que es siempre ya ese “pizzarón” ( Lacan, 2011: 48 ) en el que se han escrito significantes y leído sentidos.

Pero no solo en la naturaleza impera el semblante. Si atendemos el título del Seminario 18 – De un discurso que no fuera del semblante -, veremos que en él se incluye otro término a cuya articulación con el semblante Lacan se abocará en las primeras clases: discurso,

En efecto, “estar en el semblante” no es un “hacer como si” o “pasar por” sino un modo de “regular el lazo social” ( Bermúdez et. al,, 2018: 116 ), es la condición de posibilidad de una inscripción simbólico-discursiva que determina toda posición subjetiva. El nombre del seminario, explica Lacan, es la formulación de una pregunta cuya respuesta está incluida en el interrogante mismo: la fórmula de la negación presupone la existencia de aquello que se niega por lo que, en rigor, el discurso sí es del orden del semblante y, un discurso que no fuera de ese orden, es decir, que atrapara definitivamente lo real, que marcara un fundamento y garantía, como sabemos, es imposible.6 En este sentido, el semblante es el “objeto propio con el que se regula la economía del discurso” ( Lacan, 2011: 18 ), el objeto que se produce en él, que lo administra y lo regula y que “tiene por efecto un sujeto” ( Thompson, 2014: 572 ).

Esto implica que el semblante -en tanto articulador del discurso- nunca es individual sino que es aquello que hace lazo social; lazo del que el sujeto en tanto tal, más que causa u origen, siempre es efecto.7 Entonces no solo es un modo del mostrarse, sino más bien el modo del mostrarse ante otros; modo de inscribirse en una trama significante.

Las palabras inaugurales del seminario son bien indicativas de esta dimensión intersubjetiva: ” De un discurso -no es el mío” ( Lacan, 2011:9 ), anticipando lo que vendrá unas páginas más adelante, a saber, que un discurso no pertenece a un particular, sino que “se funda en una estructura” (2011: 10).8 Del mismo modo, así como no hay primero un sujeto y luego un discurso, tampoco hay hechos por fuera de este orden, 9 cuestión que pone de relieve las consecuencias que el lenguaje tiene sobre la experiencia.

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Esta articulación con el discurso cobra especial relevancia en lo que respecta a la sexuación, ya que Lacan ubica al semblante en el seno mismo del “ser hombre” o “ser mujer”. Distinta de toda biología u atribución cromosómica, la sexualidad es pensada a partir de la distribución binaria -y discursiva- de los sujetos en hombres y mujeres, desde la edad temprana, e incluso antes de su nacimiento.

Si el semblante es “hacer creer que hay algo allí donde no hay” ( Miller, 2009: 18 ), con las posiciones sexuadas sucede algo similar: se trata de un juego de ubicaciones que, lejos de tener significados unívocos, gira siempre en torno a un parecer que es siempre para otro u otra.10 En efecto, retomando la articulación entre semblante y naturaleza, Lacan recupera la idea de cortejo del mundo animal, pero indica que, a diferencia de este, la posición sexuada en tanto semblante en el universo de los seres hablantes se mediatiza en y a través del discurso.

Que el encuentro sexual esté mediado por el significante tiene implicancias, nuevamente, en múltiples niveles. Por un lado, supone que la sexualidad es una experiencia traumática para el sujeto que le impide asumir acabadamente una identidad sexual, por lo que nunca hay certidumbre plena sobre la misma ( Zupančič, 2013 ; Copjec, 2006 ); el semblante no llega a decirlo todo del goce de cada quien, que es siempre singular y, por lo tanto, real.

Al mismo tiempo, conlleva una incompletitud que se verifica en la ausencia de relación o acto sexual, es decir, de correspondencia o complementariedad entre los sexos. Por otro lado y en tanto mediación, la discursividad comporta la presencia de un tercero, el falo simbólico. Como significante, el falo administra el goce sexual y se distribuye de forma diferencial para las posiciones femenina y masculina.

Tal como lo indica Lacan en La significación del falo, la “comedia” de los sexos supondrá relaciones específicas con este que “girarán alrededor de un ser y de un tener”, que “tienen el efecto contrariado de dar por una parte realidad al sujeto en ese significante, y por otra parte irrealizar las relaciones que han de significarse” (2003b: 674).

Un ser, identificado a la posición femenina, y un tener, a la masculina, que girarán siempre en torno a un parecer, es decir, a un hacer semblante de hombre y de mujer, ambas posiciones discursivas.11 Es preciso señalar, asimismo, que la irrealización de la complementariedad entre ambas posiciones, se exhibe también en relación al falo: visto desde la posición femenina, es el hombre quien tiene el falo y, al revés, la primera es el recordatorio de la castración del segundo; el recordatorio de que, en verdad, no lo tiene.

Sin embargo, es el falo en tanto significante el que ordena el juego entre semblantes de hombre y de mujer, permitiendo que una parte del goce sexual se sostenga en el orden del discurso. En este sentido, el semblante es aquello que habilita un hacer con eso que no se tiene, un hacer por y a pesar del núcleo traumático que supone la asunción de una posición sexuada.

Por supuesto que no lo hará sin tropezar, en la medida en que el goce, siempre singular, es precisamente aquello que “no sirve para nada” ( Lacan, 1991:11 ), es decir, ese punto de repetición que siempre se figura como plus, que produce malestar y cuya in aprehensibilidad no cesa nunca de no-escribirse.

IV Cuando al principio del trabajo indicábamos la triple articulación del nudo borromeo lo hacíamos precisamente para pensar los distintos modos en que los anudamientos se constituyen, bajo qué especificidades, qué administraciones y qué órdenes. Es en este sentido que nos interesa pensar en qué medida se da en la contemporaneidad, a partir de ciertos discursos, una conjugación entre lo imaginario y lo real -a través de amarres simbólicos- o, más aún, la puesta en escena de una imagen que pretende acceder a lo real o suplantarlo enteramente.

Si el semblante es el modo siempre enmascarado del mostrarse, el simulacro implica el borramiento de lo imitativo, de la mímica o de la parodia, es decir, el borramiento de la referencia. No se trata de una figuración de la realidad que, contra todo impedimento, se muestre cerrada o saturada. Ese, podríamos sostener, es el modo necesario en que operan las representaciones fantasmagóricas, ya que estas solo pueden funcionar sosteniendo la posibilidad de la universalidad, la creencia y la fe en que ese es el modo de simbolizar, y no meramente uno más entre otros.

Ello no ocurre con el simulacro. Esta es una forma de la figuración que no es tal, movida por la aspiración de exhibir lo real encarnado; es la sobrerrepresentación que termina por menoscabar los fundamentos de la representación misma, arribando a una duplicación de lo real, bajo la espera de su mostración más clara, más pura, sin distorsión.

Esa es la tesis de Jean Baudrillard en Cultura y simulacro, donde advierte que la realidad solo se muestra en la posmodernidad bajo la forma de la hiperrealidad, a partir de “una suplantación de lo real por los signos de lo real, es decir, de una operación de disuasión de todo proceso real por su doble operativo, máquina de índole reproductiva, programática, impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito, todas sus peripecias” (1987: 7).

El autor realiza un diagnóstico de época en relación la primacía de la simulación que exalta el detalle más microscópico -e insignificante a la vez- y señala que, sin embargo, ello no ha implicado una ganancia de perspectiva o de profundidad respecto de la realidad, sino más bien, al revés.

En un exceso de transparencia, el simulacro evidencia una mostración hiperdefinida de la realidad que porta una “fasinación intrínseca eternamente deslumbradora” (1987: 12) y que privilegia lo visual por sobre otros sentidos. Al mismo tiempo, la simulación imposibilita la emergencia de la representación, de la mirada, de un modelo o de la referencia: “al contrario que la utopía, la simulación parte del principio de equivalencia, de la negación radical del signo como valor, parte del signo como reversión y eliminación de toda referencia” (1987: 13).

Aquellos discursos de inspiración cientificista que imperan en la actualidad se muestran desembarazados de metáforas, bajo la ostentación de una objetividad que parecería no caer en el engaño del semblante. Sin embargo, y como señala Miller (2009) siguiendo a Lacan, los desengañados, aquellos que suponen que pueden prescindir de los semblantes por haberse topado con su carácter metafórico, yerran de todas formas ya que, por más desengañados que estén, lo real sigue allí.12 Por supuesto, y como intentamos desarrollar más arriba, la dimensión de representación simbólica e imaginaria no se puede erradicar de la experiencia de los seres hablantes; no podemos prescindir de ella incluso cuando esté más desprestigiada o devaluada.

Las referencias simbólicas funcionan y ordenan la vida en común. El paradigma del simulacro que instaura la idea de la pura imagen como modo privilegiado del decir supone una imaginarización de lo real, en detrimento de la metaforización -de investidura imaginaria- que tiene efectos múltiples y de gran envergadura.

Hay dos interrogantes que podrían plantearse en este sentido. En primer lugar, si acaso esta simulación de una hiperrealidad que entiende a lo real “como aquello de lo cual es posible dar una reproducción equivalente” ( Bermúdez et. al,, 2018 ), no termina por ser un movimiento de obturación de la imposibilidad, de taponamiento de aquello que la metáfora no puede subsumir en el semblante, 13 a modo de respuesta ante el aparente desengaño acerca de la “irrealidad” de lo simbólico.

Por otra parte, si la creciente aspiración por lo puro, natural, objetivo y limpio de toda falsedad no tiene efectos sobre los lazos sociales. En efecto, si el semblante tiene una valía, es precisamente porque nos brinda algunas coordenadas para vincularnos con el Otro, porque sienta las bases para un lazo social que no esté exclusivamente signado por la agresividad especular, por una visión del otro como amenaza, sino más bien como sustento necesario para ser en el mundo.

Sin dudas, hay un agujero en toda operación simbólica e imaginaria que se verifica, también, en el orden del semblante. Esto significa que, por más que el sujeto sea un efecto del discurso, siempre será un efecto real por cuanto nunca queda completamente “atrapado” en él.

  1. Hay un resto mortificante introducido por la representación, que a lo largo de la enseñanza de Lacan tomará distintos nombres -entre otros, goce, objeto a, sinthome -, un imposible no aprehensible en el orden del sentido.
  2. Por eso mismo, el simulacro es el opuesto del semblante, es aquello que pretende pronunciarse sobre lo real o, más aún, presentarse como lo real mismo, suponiendo prescindir de lo metafórico y, por lo tanto, de su anudamiento a lo simbólico.

Creer que una imagen puede mostrar, decir, imaginar lo real no solo constituye un imposible, sino que además tiene efectos visibles cuando esa -supuesta- pura imagen muestra su reverso, un cuerpo que no es tal como fue imaginado; un real devastador; una realidad despedazada.

Sin establecerse aquí una crítica u oposición a lo imaginario -que por cierto, como intentamos exponer, es fundamental e imprescindible por ser expresión misma de la experiencia-, repensar y recuperar la categoría de semblante en tanto conjugación de los tres registros, atendiendo a sus bordes, sus imposibles y agujeros, quizás pueda habilitar otras lecturas sobre los modos de subjetivación política y social más allá de las encerronas hiperindividualizadas e individualizantes que circulan en detrimento de la inscripción discursiva.

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¿Cómo se definen los objetos?

Se conoce como objeto a todo lo que puede ser materia de conocimiento o sensibilidad de parte del sujeto, o incluso este mismo. Como tal, el término en análisis en principio hace alusión a todas las cosas que puede ser captado por los sentidos o conocido por la razón.

No se debe de olvidar que los sentidos –vista, olfato, oído, tacto, gusto- permiten que el hombre pueda percibir todo aquello que lo rodea, ya que al poder sentir el objeto puede ser representado en su mente en forma de idea, no obstante también puede suceder de forma viceversa ya que las invenciones se crearon porque un objeto paso de lo abstracto a lo sensible, como por ejemplo: computadores, teléfonos, televisores, entre otros.

El objeto es el fin a que se dirige o encamina una acción u operación, En otras palabras, el término objetivo puede ser visto como sinónimo de objetivo, meta, intención que el individuo pretende lograr a través de sus acciones o decisiones. En relación a lo anterior, el objeto de cada individuo puede estar vinculado a diversas áreas, bien sea a nivel personal, laboral, ya que se ajusta a las aspiraciones o propósitos que el individuo busca para alcanzar su bienestar propio y el de su familia.

  1. Por ejemplo: para el próximo año mi objeto es emprender un negocio con mi esposo.
  2. Asimismo, objeto son los propósitos o finalidades que contempla una organización como parte de su misión, permitiéndola crecer y desenvolverse mejor dentro del mercado, especialmente en su concurrencia, y para ello es esencial la venta de productos cualitativos, es decir, productos que superen el control de calidad, satisfaciendo a los clientes a través de productos que cumplan con las necesidades de ellos.

El objeto de estudio es la materia o asunto en el cual se ocupa una ciencia, por ejemplo: las ciencias sociales se ocupan de estudiar los procesos sociales y culturales producto de la actividad humana y de su relación con la sociedad. Por otro lado, objeto es la materia que sea investigar, descubrir, y comprender para incorporarla a los conocimientos.

  • En el caso de la astronáutica, objeto es cada uno de los reales o supuestos aparatos voladores de forma más o menos parecida a la de un plato invertido, que parecen haber sido visto por algunos habitantes de la tierra, es lo que se conoce con la sigla de OVNI.
  • Por su parte, en la astronomía, puede ser visto como objeto a toda entidad física que la ciencia ha confirmado su existencia en el universo, como el sol, la luna, los planetas, entre otros.

En la literatura, el objeto lírico es el individuo, situación u objeto que permite despertar los sentimientos, emociones, o sensaciones del poeta, siendo expresados en su obra, en forma de verso, prosa, poema, entre otros. En informática, la programación orientada a objetos, consiste en ordenar objetos cada uno con características –color, tamaño- y funciones propias.

¿Cómo explica Lacan a la psicosis?

Lacan estudió la psicosis en obras memorables. Consideró que en la psicosis el sujeto no ingresa al orden simbólico y usa el proceso de forclusión o rechazo.

¿Qué es lo que dice Lacan?

Las mejores frases de Lacan ‘La verdad es el error que escapa del engaño y se alcanza a partir de un malentendido’ ‘Solo los idiotas creen en la realidad del mundo, lo real es inmundo y hay que soportarlo’ ‘La estructura del inconsciente es similar a un lenguaje’

¿Qué dice Lacan sobre la ansiedad?

Para Lacan la angustia es ‘lo que no engaña’, es un encuentro con lo Real. Lo que no engaña es justamente aquello que no se deja significar, es la guía del sujeto hacia lo Real. Así que en vez de huir de la angustia habría que abordarla desde su imposibilidad de eliminarla.

¿Cuáles son los objetos internos?

El significado esencial de la expresión ‘objeto interno’ se refiere a la imagen mental y emotiva de un objeto externo que se ha incluido dentro del yo. El carácter del objeto interno se matiza con aspectos del yo que se han proyectado en el mismo. A lo largo de la vida, se sucede una compleja interacción entre el mundo de las figuras internalizadas y los objetos del mundo real (que obviamente también están en la mente) a través de ciclos repetidos de proyección e introyección.

Los objetos internos más importantes son los que derivan de los padres, en particular de la madre o del pecho en el que el recién nacido proyecta los aspectos relativos a su amor (pulsión de vida) o su odio (pulsión de muerte). Se considera que, al ser llevados al yo, estos objetos son experimentados por el niño en forma concreta como algo físicamente presente en el cuerpo, que es causante de placer (pecho objeto parcial interno bueno) o de dolor (pecho objeto parcial interno malo).

La visión del niño de la motivación de estos objetos está basada en parte en la percepción precisa que el niño tiene del objeto externo, y en parte en los deseos y sentimientos que el niño ha proyectado dentro de los objetos externos: un deseo malévolo de causar daño en el objeto malo, y un deseo benévolo de causar placer en el objeto bueno.

Los objetos internos se experimentan como relacionándose entre sí dentro del yo. Permiten el identificarse con ellos y asimilarlos, y pueden sentirse como separados del yo aunque existiendo dentro de él. Para la teoría kleiniana, el estado del objeto interno es de suma importancia para el desarrollo y la salud mental del individuo.

La introyección de un objeto bueno estable y la identificación con el mismo son cruciales en relación con la capacidad del ego para integrar diversos aspectos de si mismo y de sus experiencias. Los objetos internos dañados o muertos provocan una enorme ansiedad y pueden llevar a la desintegración de la personalidad, en tanto que los objetos que se consideran en estado bueno promueven la confianza y el bienestar.

  • Los objetos internos pueden existir en varios niveles.
  • Pueden ser más o menos inconscientes y más o menos primitivos.
  • Los objetos internos infantiles son experimentados inicialmente de forma concreta dentro del cuerpo y de la mente y constituyen un nivel primario de la psiquis del adulto, y agregan fuerza e influencia emocional a las percepciones, sentimientos y pensamientos posteriores.

Los objetos internos pueden ser representados frente al yo en sueños y en fantasías, así como también en el lenguaje. Los objetos internos plantean una conceptualización confusa en la medida que son descritos tanto desde perspectivas metasicológicas como fenomenológicas.

Desde el punto de vista metasicológico, los primeros objetos internos son, en parte, una creación de las pulsiones de vida y de muerte, que pueden afectar la estructura del yo y constituyen la base del superYO. Desde el punto de vista fenomenológico, son el contenido de la fantasía (inconsciente), teniendo estas efectos reales.

La conceptualización de objetos internos está inextricablemente ligada a la teoría kleiniana de las pulsiones de vida y de muerte, a sus ideas acerca de la fantasía inconsciente, y a sus teorías sobre el pasaje de la posición esquizoparanoide a la posición depresiva, lo que implica un cambio de funcionamiento del objeto parcial al objeto total.

¿Qué es el objeto para Melanie Klein?

Para Melanie Klein, los objetos internos y las fantasías inconscientes producen significa- ciones dentro de la realidad psíquica y estos significados son los que se proyectan en la realidad externa dándole sentidos diferentes en cada momento vivencial.

¿Qué es el esquema Lambda?

El esquema Lambda se define como un grafo (la representación simbólica de los elementos constituidos en un sistema o conjunto y de su articulación lógica, mediante una representación espacial con relaciones y funciones) en donde se visualiza lo inconsciente del discurso y que para un «mal entendedor», se convierte en

¿Cómo funciona los esquemas?

Un esquema es una estructura abstracta de conocimiento. Con ello se pretende explicar como el conocimiento previo de las personas afecta la comprensión. Los esquemas están constituidos por conceptos que proporcionan ‘ranuras’ para ser ‘rellenadas’ con información específica.

¿Cómo se forma el esquema?

Pasos para elaborar un esquema – Si llegaste hasta acá, te vamos a enseñar cómo hacer un esquema. Lo más importante es que hayas leído el contenido que tenés que comprender en su totalidad. Los pasos para hacer un esquema son:

Leer todo el documento, texto, etc. Subrayar las ideas claves. Dividir el tema en tantas secciones sea necesario para su comprensión. Anotar las ideas centrales y secundarias de cada sección. Una vez que ya está claro el tema y los subtemas, se debe comenzar por jerarquizar las ideas. Finalmente, una vez que tengamos listo el gráfico debemos poder explicar el tema a partir del contenido de nuestro esquema.

👉 Te explicamos cómo hacer correctamente un,

¿Qué es el deseo para Lacan de donde surge?

La cuestión del deseo en psiconálisis El deseo, para el psicoanálisis, constituye una preocupación central, en todos los autores, si bien se destacan Freud y Lacan. En su trabajo “El proyecto de una psicología para neurólogos”, anterior a La Interpretación de los sueños (que inaugura el psicoanálisis), Freud explica que el deseo siempre busca un objeto perdido, pero perdido porque ese “paraíso” perdido nunca existió.

  • De este modo, para Freud, el deseo tiende a la regresión, a regresar hacia atrás buscando, en su nostalgia, ese objeto.
  • Y, para él, éste es el peligro del aparato psíquico: volver hacia atrás.
  • El deseo, en el humano, es por definición insatisfecho, nunca puede colmarlo ningún objeto, siempre queda un resto de insatisfacción.

Lo que no quiere decir que no haya momentos de plenitud. Pero también puede haber alucinaciones, que son cumplimientos de deseo. Para Freud la realidad se construye por “el rodeo que tiene que dar el deseo para alcanzar su satisfacción”. Pero el llamado cumplimiento de deseo, es la alucinación, el camino hacia atrás.

  • Para Lacan el deseo es deseo del deseo del otro, no solo deseo de un objeto, sino desear el deseo del otro, y también, como en Hegel, deseo de reconocimiento: esto en dos sentidos, deseo de que el otro reconozca el propio deseo y deseo de hacerse reconocer.
  • Otra definición que da Lacan es que el deseo humano “es el deseo del Otro”, en particular, de ese primer Otro que es la madre.

Lacan diferencia el deseo de la necesidad y de la demanda: la necesidad es de una satisfacción biológica, y la demanda es siempre demanda incondicional de amor. También diferencia el deseo de las pulsiones: las pulsiones son muchas, el deseo es uno, fundamentalmente inconsciente, aunque los deseos conscientes también son valorados por él.

El objetivo de la cura analítica es llevar al paciente a que reconozca su deseo inconsciente, pueda nombrarlo y articularlo en palabras, aunque siempre hay un resto que no puede ser dicho, que no puede ser del todo articulado en palabras. Es esencial, en el concepto lacaniano, el deseo como fuerza contínua y fundamentalmente inconsciente.

Para Freud los primeros deseos, los infantiles son indestructibles, los seguimos teniendo toda la vida y pujan por hacerse reconocer y por realizarse. Pero, como vimos, ésta realización es imposible, el deseo va a ser siempre “deseo de otra cosa” porque lo que se tiene, ya no se desea.

  • Para Lacan, el deseo es también un producto social, que se constituye no como un asunto privado sino en la dialéctica con los demás, con los otros.
  • Esta es una de las novedades que aporta Lacan siguiendo a Hegel.
  • El deseo está, por definición: reprimido, y el levantamiento de esa represión ( fruto de la movilización que produce el análisis) lleva a su reconocimiento así como al reconocimiento de la imposibilidad de realización: el deseo es metonímico, es decir, se desplaza siempre.

A modo de conclusión, esto significa que en el reino de este mundo, el paraíso esta perdido para siempre y queda su nostalgia, engañosa, porque es la nostalgia de algo que nunca existió: nunca hubo un goce perfecto. : La cuestión del deseo en psiconálisis

¿Cómo se construye el deseo?

Cuando empezamos una relación de pareja en plena fase de enamoramiento es fácil que todo vaya sobre ruedas: en general sonreímos más, estamos más relajados, tenemos muchas ganas de vernos y estar juntos, de compartir, de disfrutar nuestros cuerpos.

  • Sabemos que la otra persona no es perfecta, pero los defectos todavía no han salido a la luz y, si lo han hecho, no nos molestan demasiado.
  • No es magia: hay un cóctel químico en el cerebro que es el que se encarga de que esto ocurra.
  • Cuando la fase de enamoramiento termina y a nivel de química cerebral todo va volviendo a la normalidad, es cuando empieza la realidad de lo que será la relación.

Los dos miembros de la pareja se descubren, con sus virtudes y sus defectos. Hay ganas de estar juntos y compartir, pero empieza a ser distinto. También hay ganas de seguir disfrutando en la intimidad del cuerpo del otro, pero también empieza a ser distinto.

Muchas parejas se desilusionan porque comparan su momento actual de la relación con aquella fase de enamoramiento tan intensa en todos los sentidos. Lamentan, entre otras cosas, que ya no se deseen como al principio. Y no solo eso, también que cuando por fin surge ese deseo, el sexo ya no es lo mismo.

Y es que suele pensarse que el deseo es algo que no está en nuestras manos, sino que debe surgir cuando realmente amas a tu pareja. Pero la realidad es que esto solo es un mito del amor romántico. EL DESEO SE CONSTRUYE Y SE TRABAJA. Hablando de forma general, el deseo se construye de dos formas: 1.

Cuidando nuestra mente erótica.2. Cuidando la relación de pareja. Para lo primero ayuda mucho leer novela erótica o escuchar relatos eróticos, cuidar nuestra autoestima, conocer bien nuestro cuerpo. Todo esto, trabajándolo poco a poco y con el tiempo, hará que vaya aumentando nuestro deseo. Para lo segundo, ya pasada la fase de enamoramiento, es bueno darnos cuenta de que podemos empezar a hacer aquello que hacíamos al principio: decirnos cosas bonitas, hablar mucho, divertirnos.

En definitiva: DEDICARNOS TIEMPO DE CALIDAD. Romper con la monotonía es algo que las relaciones estables y de larga duración agradecen mucho. Por ejemplo, organizar una cena romántica, un paseo por un lugar tranquilo sin hablar de preocupaciones o una escapada especial, idealmente en un hotel pensado para parejas.

En este sentido, el hotel Mardenit reúne todo los requisitos para una experiencia inolvidable: allí podréis disfrutar de esa cena romántica, de ese paseo, de sus cuidadas habitaciones y de una maravillosa zona con jacuzzi en la que podréis estar a solas y desconectar, disfrutando también de una vista que os llenará de paz.

No solo vais a recargar pilas, sino que vuestra relación tendrá la dosis de cuidado y mimo que merece. No dejemos que las relaciones de parewja mueran solo porque pensamos que no son como el principio y que no podemos hacer nada para cambiar eso. La realidad es otra: está en nuestras manos volver a encender la chispa.

¿Cómo se expresa el deseo?

El uso de ojalá para expresar deseos en español – Ojalá es una conjunción que denota deseo de que algo suceda. Es una expresión típicamente española que procede de la frase árabe que significa “Si Dios quiere”. Incluso su pronunciación a la apariencia difícil y su sonoridad nos recuerdan su origen arábigo. Normalmente, se suele utilizar en oraciones exclamativas donde podemos encontrar:

OJALÁ + QUE OJALÁ + SUBJUNTIVO (presente o pasado)

¿Qué es el símbolo para Lacan?

Lo simbólico es el registro psíquico que se origina en el lenguaje y la instancia del Gran Otro, o bien, la Madre. El Símbolo (Φ Phi mayúscula) es entonces lo que Lacan llama el «falo simbólico», es decir aquel lugar que señala el momento de la emergencia de Psique.

¿Qué significa S1 en Lacan?

Por la Lic. Mercedes Sánchez Sarmiento – El presente informe se enmarca en el Curso de Posgrado en Clínica Psicoanalítica en la Asoc. Civil Proyecto Asistir, y corresponde al trabajo de análisis sobre un rasgo elegido, tomando en consideración la bibliografía estudiada en el curso.

Trabajaré el concepto de Interpretación para el Psicoanálisis de Orientación Lacaniana, tomando como base los desarrollos teóricos de J. Lacan en algunos de sus Seminarios, y la relación de este concepto con los que él considera los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis en el Seminario 11: inconsciente, repetición, transferencia y pulsión.

Partimos por preguntarnos qué es una interpretación, y si es posible una diferencia con las intervenciones. Las intervenciones del analista son todos los dichos y acciones del analista, que sostienen el dispositivo analítico y lo enmarcan. En cambio, la interpretación se define por sus efectos, es decir, por los efectos que produce en la estructura psíquica.

  1. En este sentido, si un decir del analista, un sonido o una pregunta produce efectos en la estructura, la consideramos una interpretación.
  2. La interpretación tiene un objetivo: hacer surgir al sujeto desde lo simbólico, para conmover lo real del goce; o, dicho en otros términos, reducir los significantes a los que el sujeto está alienado, para vaciarlos de goce, de ese goce que Lacan en el Seminario XXII ubica como goce sentido, entre lo simbólico y lo imaginario, para producir un nuevo efecto por el que el sujeto accede al deseo.

Hacer surgir al sujeto desde lo simbólico implica que el sujeto se sostiene en éste registro. “Llamamos el sujeto por el significante que, en cada caso, funciona como representando a este sujeto ante otro significante”, Esta fórmula aparece definida en el discurso del Amo, que es el discurso del inconsciente. El S1 es el significante que hace marca sobre el S2, a partir del cual surge el sujeto. Es el significante que organiza un saber previo. Al saber previo lo denominamos S2. El efecto de esta operatoria es el surgimiento del sujeto a partir de que lo representa un S1 para un S2.

Para una paciente, Andrea, el S1 como la marca del Otro que la nombra como sujeto, está dado por loca. Es a partir de como este significante se relaciona con el S2, que los efectos de significación son distintos. A partir de los nervios y ansiedades que padece Andrea, tiene que tomar un ansiolítico. El tomar tranquilizantes la hacen sentir que está loca.

El efecto de significación produce un sentido que aparece bajo el modo de locas son las que toman pastillas. Sabemos que el sentido cristaliza goce, y en este caso implica una posición del sujeto. La lógica por la que se produce el sujeto es a partir del S1, loca, por lo que representa ante un S2, dado por tomar pastillas.

See also:  Como Destapar Un BaO Si Se Fue Un Objeto?

La posición del sujeto es ante el S2, que como ya dijimos, implica un saber sobre el goce. A partir de esto, se deduce que el S2 es la forma por la que podemos abordar lo real del goce por medio de lo simbólico. La interpretación se dirige a la posición del sujeto ante el S2, y en tanto la posición subjetiva vehiculiza el goce en el sujeto, la interpretación modifica la posición y acota el goce.

En el goce ubicamos la satisfacción de la Pulsión de Muerte, aunque siempre hay una articulación de Pulsión de Vida y Pulsión de Muerte. Con la interpretación, y por efecto de la función de corte, se trata de cortar con la mortificación que genera la posición ante los significantes que representan al sujeto.

  • Esta posición se puede vivir con placer o displacer, y en este último caso generar sufrimiento.
  • En el caso de Andrea, la representación de loca que padece por tomar pastillas lo vive con mucho sufrimiento y acrecienta su sentimiento de paranoia por la que queda presa del goce del Otro.
  • El uso de ansiolíticos a nivel psiquiátrico le disminuye la angustia y tiende a minimizar los sentimientos de paranoia ante determinadas situaciones, pero a nivel del sentido, a ella la hace sentirse loca.

El S1 es no sólo la palabra del Otro que la nombra, sino también un tipo de identificación, que para Lacan es la identificación al rasgo unario y para Freud está en el segundo tipo de las identificaciones de las desarrolladas en el Capítulo 3 de Psicología de las Masas y Análisis del Yo.

Para Andrea, “loca” no es solamente como los otros la nombran, sino también es el significante que la identifica, en tanto es como ella se siente que es para los Otros. Es en este punto donde “loca” le da consistencia al ser. El S1 toma la forma de marca en el sujeto a partir del rasgo unario que sostiene la identificación simbólica, y da consistencia al ser.

El punto problemático del sujeto no está en relación al S1, porque sabemos que un significante por sí mismo no vale nada, sino por el efecto de sentido que se produce a partir de la articulación con un S2. El significante “loca”, por sí mismo, no significa nada, sino que adquiere un sentido para Andrea cuando quienes para ella son Otros significativo la nombran loca. Que Es El Objeto A Para Lacan Es a partir del uso de la Interpretación, cuando ésta tiene efectos sobre la estructura, sobre la que se busca quitar consistencia a los efectos de significación. En otros términos, por el uso de la interpretación ponemos en juego los mecanismos de alienación y separación.

La alienación es a un sentido que conlleva goce. La alienación a este sentido de locura es lo que se pone en cuestión con las intervenciones. La separación al sentido alienante, interpretación mediante, conlleva un nuevo uso del significante, creativo. La interpretación no se realiza sobre el S1, ni sobre el S2, ni sobre el goce.

Se interpreta el efecto de significación en el que se articula el goce mortífero y socava el acceso al deseo. Se trata de construir en lo simbólico, donde la trama inicial no alcanza para acceder y sostener al deseo. La interpretación es el instrumento que, orientado por el deseo del analista, se mide por sus efectos en tanto da lugar al advenimiento del deseo y acota al goce.

La interpretación es el medio privilegiado para operar en el inconsciente, y es posible su operatoria siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones: el establecimiento de una neurosis artificial, la neurosis de transferencia, la conformación de un síntoma analítico, y lo que Miller, en Introducción al método psicoanalítico, denomina la introducción al inconsciente, como la relación a un saber no advertido por el analizante, pero que se sabe que lo determina.

Los efectos de la interpretación se habilitan por la entrada del sujeto en el dispositivo del análisis, y supone una puesta en forma de la relación al inconsciente en las entrevistas preliminares. En otros términos, la interpretación se sostiene en la estructura de lo simbólico, y sus efectos sólo son posibles cuando la red de significantes puede recibir la interpretación bajo la forma del significante vacío de sentido.

Sin bien con la interpretación, que realizamos desde lo simbólico buscando acotar el goce en lo real, los efectos son en la estructura del nudo, por lo que las modificaciones se realizan en los tres registros: imaginario, Simbólico y real. Dice Lacan en la pag.183 del Seminario XI: “Coloquémonos en los dos extremos de la experiencia analítica.

Lo reprimido primordial es un significante, y aquello que se erige encima para constituir el síntoma podemos considerarlo siempre como andamiaje significante. Lo reprimido y el síntoma son homogéneos y siempre reductibles a funciones significantes. () En el otro extremo, está la interpretación.

La interpretación concierne a ese factor dotado de una estructura especial que traté de definir mediante la metonimia. En su término, la interpretación apunta al deseo, al cual, en cierto sentido, es idéntica. En resumidas cuentas, el deseo es la interpretación misma. En el intervalo está la sexualidad.

De no haberse manifestado la sexualidad, en forma de pulsiones parciales, como lo que domina toda la economía de este intervalo, nuestra experiencia no sería más que una mantica ()”. En los dos extremos de la experiencia analítica se ubican el significante reprimido y el síntoma que surge como consecuencia del retorno de lo reprimido, y en el otro extremo la interpretación.

El significante reprimido y el síntoma son homogéneos en tanto tienen estructura significante, y la interpretación apunta a desarmar el síntoma mediante el trabajo sobre los significantes que lo erigen. Lógicamente, operar para desarmar un síntoma, implica un trabajo de constitución del mismo. Hay dos significados de síntoma en Psicoanálisis: desde Freud, tenemos al síntoma como formación de compromiso entre dos fuerzas contrarias al Yo.

En este caso, la interpretación viene a poner en evidencia los motivos que dieron origen a la represión, ubicándose en la articulación entre lo imaginario y lo simbólico, que en el nudo borromeo se encuentra en el lugar del goce sentido. Para el Psicoanálisis orientado por las enseñanzas de Lacan, el síntoma adquiere otro sentido, y es una construcción realizada en el análisis por el trabajo del inconsciente que implica una localización del sufrimiento en algo que al sujeto le pasa y sobre el que se responsabiliza ante el goce que satisface en el síntoma.

  • Es por esta forma de entender al síntoma, que lo ubicamos entre los tres registros por sus caras imaginaria, simbólica y real.
  • La cara imaginaria del síntoma es la consistencia del mismo que aparece en la imagen y se manifiesta en la relación con los semejantes.
  • La faz simbólica implica los significantes que vienen del Otro a los que el Sujeto está alienado, y que se cristalizan en una forma paradigmática por la que se goza del síntoma.

La cara real del síntoma es el goce que se satisface en el mismo. Con la interpretación, por vía de la palabra tomamos ciertos significantes que dan soporte al síntoma, y los aislamos, de manera que cortamos con el sentido acotando el goce sentido, y posibilitamos una nueva articulación, distinta, en la que aparece el deseo.

  1. La interpretación concierne a la metonimia, en tanto desarma con la articulación significante que da lugar a la conformación del síntoma, desarmando el sentido cristalizado, y permitiendo el desplazamiento por nuevos significantes.
  2. En el pasaje por distintos S2, el sentido gozado se desarma y aparece el sujeto en la articulación entre significantes.

En la articulación entre significantes adviene el deseo, dado que este último se desplaza en la metonimia significante. Por eso, para Lacan la interpretación apunta al deseo, en tanto en la metonimia significante adviene el sujeto, y por lo tanto el deseo, y se corta con el goce sentido.

  1. En los desfiladeros del significante aparece la sexualidad bajo la forma de satisfacción de las pulsiones parciales en las distintas voces: activa, pasiva y media.
  2. Estas voces marcan la posición del sujeto ante el goce y aparecen en el decir.
  3. Un niño de cuatro años que atendí me decía “tirame”: al diván, al piso, o “tirame” juguetes encima.

La sexualidad va a aparecer en la transferencia, bajo la forma de demanda. El inconsciente es algo que se abre y se cierra. Las interpretaciones y las intervenciones apuntan a que el inconsciente se abra para el advenimiento del efecto sujeto en el intervalo significante.

“El objetivo de la interpretación no es tanto el sentido, sino la reducción de los significantes a su sin-sentido para así encontrar los determinantes de toda conducta del sujeto”. El sentido es fantasmático, y tapona la falta en el Otro. El objetivo del análisis es barrar al otro y asumir la castración, porque asumiendo a la castración se accede al deseo.

El sentido, ubicado en el nudo en la intersección imaginario-simbólico, es siempre un sentido gozado, viene del Otro, y en la clínica lo solemos escuchar bajo una frase por la que el sujeto se define a sí mismo. Cuando preguntamos por esta definición, se suele indicar que eran las palabras que al sujeto se las decía un Otro significativo.

Un paciente de 18 años era definido por en las palabras de la madre como “igual a mi hermano”, con quien ella estaba peleada porque era “adicto a las drogas, siempre se metía en problemas”. Este joven se quejaba del lugar en que era puesto por su madre, pero lo actuaba en el consumo de drogas y robando dinero a conocidos.

Esta alienación a un sentido otorgado por la madre “ser igual a su hermano”, surge por una articulación significante entre S1 y S2. Implica un sentido al que el sujeto está alienado y del que, a partir de la pregunta por el deseo de la madre, que lo confronta con su propio deseo, el sujeto podrá separarse.

  • Las intervenciones apuntan a cuestionar estos sentidos por los que se goza, posibilitando una separación que da lugar al cambio de posición subjetiva.
  • Hay dos tipos de identificaciones: imaginarias y simbólicas.
  • En el análisis trabajamos con las identificaciones simbólicas, que las defino como la alienación a un sentido del otro, que le otorga un ser, y que ubica al sujeto en relación al deseo del Otro.

En este sentido, el ser es “desde donde soy amable para el otro”, y es una respuesta al deseo del Otro. Con las interpretaciones vaciadas de sentido, utilizando el enigma y de la cita, cuestionamos los significantes que dan lugar a estas identificaciones que, como dijimos, posibilitan un cambio de posición.

Estas identificaciones también marcan las modalidades de goce. Andrea sostiene una grave posición histérica que le conlleva mucho sufrimiento, busca continuamente hombres con quienes mantiene duraderas relaciones amorosas, en las que su goce se sitúa en intentar salvar al hombre de la enfermedad, que para ella puede tomar la forma de una enfermedad orgánica, o una adicción a las drogas o al alcohol, o exabruptos de violencia.

Esta posición de goce, por la particularidad de los hombres que se busca, le imposibilita acceder al deseo que en ella se articula como el anhelo de formar una familia, casarse y tener hijos. Hasta el momento, estamos en tiempo de entrevistas preliminares.

  1. Cuestionar su posición de goce en el análisis, no la conmueve ni la angustia.
  2. Es necesario un tiempo de trabajo en el que lo simbólico, donde ubicamos el saber que sostiene el goce, se despliegue, y mediante la pregunta por el deseo del Otro pueda conmover su identificación a “ser quien salva al hombre enfermo”.

Me pregunto, ¿qué hacer con los afectos? Sabemos desde los primeros escritos de Freud que con la represión se separa la representación del afecto, y el afecto se dirige a otro lugar. Lacan, en el Seminario 10, señala que “la angustia es el único afecto que no engaña”, no engaña respecto a un real que se pone en juego.

Por lo tanto, deducimos que todos los otros afectos engañan. Todos afectos engañan, excepto la angustia, que indica la presencia de un real. Si ésta se produce en el marco del análisis y como respuesta a la interpretación, es que ésta ha tenido efectos, aunque obviamente, no todo efecto de la interpretación se mide por el surgimiento de la angustia, sino por los efectos de ésta en la estructuración psíquica.

*Lacan, J. El Seminario. Libro 17. Buenos Aires, Paidós. Pg.11. Bibliografía

Lacan, J. El Seminario. Libro 10. Buenos Aires, Paidós. Lacan, J. El Seminario. Libro 11. Buenos Aires, Paidós. Lacan, J. El Seminario. Libro 17. Buenos Aires, Paidós. Lacan, J. El Seminario. Libro 20. Buenos Aires, Paidós. Lacan, J. El Seminario. Libro 23. Buenos Aires, Paidós. Miller, J-A. Introducción al método psicoanalítico. Buenos Aires, Paidós.

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¿Qué es el S1 en Lacan?

Las singularidades del Uno Silvia Salman Hablar del Uno y sus singularidades nos permite abordar algunos aspectos cruciales del síntoma en la clínica con niños y adolescentes, pero también nos lleva a adentrarnos en una axiomática clave en la perspectiva de la última enseñanza de Lacan.

Este último tramo de su enseñanza presta especial atención al autismo ya que lo que domina en ella es el Uno. ¿De dónde partimos? Comenzamos por los tres registros que propone Lacan para pensar el sujeto en psicoanálisis. Tenemos por un lado el registro de lo Simbólico que está hecho de significantes.

Por otro lado tenemos el registro de lo Imaginario que está compuesto por imágenes. Y por último el registro de lo Real que es del orden del dato en bruto. En su primera enseñanza los tres registros constituían un sistema, una estructura, es decir que cada uno de estos elementos se definían por su relación con los otros.

  1. Así Lacan podía decir refiriéndose al estadio del espejo, que lo imaginario se constituye a partir de lo simbólico.
  2. A la vez que lo real como dato en bruto era dotado de una estructura por la acción de lo simbólico.
  3. A partir del Seminario 20 “Aún” y con la construcción del nudo Borromeo, las tres categorías ya no constituyen un sistema.

Los tres registros son considerados homogéneos y equivalentes, independientes unos de otros, razón por la cual es necesario un cuarto elemento para anudarlos, y por lo tanto cada uno de ellos es un Uno en sí mismo. Se impone a partir de aquí la axiomática de “Hay el Uno” y su correlativo “No hay Otro” hasta llegar al extremo de proponer que el Otro no existe.

En efecto en los comienzos de su enseñanza, los grafos y esquemas de Lacan incluyen al Otro, al interlocutor, al auditor. En la base del grafo del deseo como en el esquema L se encuentra la noción de comunicación, es el camino que va del Uno al Otro y vuelve desde allí por retroacción. Estos esquemas se fundan en la conexión del Uno y del Otro.

Pero a partir de los nudos se termina la referencia al Otro, allí el Otro no encuentra su lugar. Ya en el Seminario 17 con la escritura de los discursos como soporte de los lazos, Lacan comienza a transitar un recorrido en el que el lugar del Otro se va desplazando.

Hasta llegar a dibujar los nudos que están formados por círculos que son circuitos que dan vueltas en redondo y no establecen ninguna comunicación. Con este movimiento Lacan procede a una reducción del dos al uno, de la cadena significante S1-S2 de la comunicación y el lenguaje, al Uno solo de lalengua mucho más cercano al dato en bruto del registro de lo real que mencionábamos antes.

Hasta llegar a decir que el lenguaje es una elucubración de saber sobre lalengua. Por ello este modo de pensar el psicoanálisis remite especialmente al problema del autismo, porque lo que domina es el Uno. Y podríamos decir que la última enseñanza de Lacan propone en su práctica, un forzamiento del Uno, es decir, un forzamiento del autismo.

  • Esto quiere decir que en el fondo uno puede soñar todo lo que quiere con el goce del Otro, con el hecho de que hay un Otro que goza, tal como lo hace el neurótico, pero el goce sólo se sostiene en el cuerpo del Uno.
  • Entonces, podríamos hablar del Otro, pero preferimos partir del Uno.
  • Dialéctica entre el Uno y el Otro Sin lo Uno no se puede pensar ni operar con el sujeto en psicoanálisis, sin embargo tenemos que plantear una dialéctica entre el Uno y el Otro.

La articulación del grito y el llamado es un clásico ejemplo que permite situar el lugar del Otro y la emergencia del sujeto en esta dialéctica. El ejemplo del grito del niño y la respuesta materna nos muestra que no se trata de saber solamente qué quiere decir ese grito, sino de reconocer que ese grito quiere decir algo, que ese grito expresa al sujeto y lo representa.

Es una manera de decir que ya allí, en el grito mismo, hay significante y no una pura realidad, justamente hay un significante que vale como uno. El Otro recibe el grito y en esa recepción lo transforma en una significación del sujeto. Es lo que Lacan desarrolló como la transformación del grito en llamado, que como tal es operada por el Otro y que vale como S2.

Es el significante que hace emerger al sujeto allí donde su lugar original es la ausencia. ¿Cuál es la dialéctica que se juega entre el Uno y el Otro? Por un lado, la respuesta del Otro hace emerger al sujeto, pero por otro lado, y es la vertiente que me interesa acentuar, es el grito el que crea al Otro, crea el espacio de resonancia donde el Otro se constituye.

Lo que los Lefort llamaban el “nacimiento del Otro” implica que el grito es el que produce al Otro en el cual se aloja. En “Los signos del goce” Miller advierte que tenemos que corregir lo que suscita en nuestra imaginación “la omnipotencia de la respuesta”, ya que hace pensar que el sujeto depende del Otro.

Lacan aclara una y otra vez tanto en sus Escritos como en sus Seminarios, que es el sujeto el que manipula al Otro. La experiencia analítica muestra que la posición del Otro, por más amo que sea, surge porque el sujeto hace nacer en un otro al Otro. De hecho así podríamos resumir la fórmula del fantasma.

  • Indicación clave para el manejo de la transferencia, para captar qué Otro va a encarnar el analista para cada sujeto.
  • El sujeto lo manipula y más radicalmente lo hace nacer, también en la transferencia.
  • Hace nacer ese espacio del Otro que lo incluye a él mismo y el analista se presta a ello, a encarnar ese Otro que conviene al sujeto.

Y le conviene por las mejores razones, porque lo hace partenaire de su goce. Es verdad que en ese lugar también podríamos escribir al analista como objeto. Pero en tal caso, tanto el objeto como el Otro están del mismo lado ya que el objeto a se aloja en tanto tal en el agujero del Otro y de este modo son dos figuras posibles de la transferencia.

  • Por ello está es una dialéctica crucial que se pone en juego en las curas.
  • En los casos de autismo en particular, muchas veces se observa claramente la existencia del Uno y no del Otro, y allí se capta bien que la presencia del analista puede ser la que promueva el nacimiento de ese Otro para un sujeto.

De este recorrido se deduce que la responsabilidad está del lado del Uno o si quieren del sujeto que en la ocasión llamaremos el Uno. La responsabilidad del Uno Algunas reflexiones acerca de la responsabilidad del sujeto. ¿Cómo puede ser que hablemos de la responsabilidad del sujeto si el significante que lo nombra, el S1 que lo representa, proviene del Otro? Dos referencias para decir lo que pienso de eso.

  1. La primera es del El Seminario 5 “Las formaciones del inconciente” : Cuando Lacan trabaja en este Seminario los tres tiempos del Edipo, formalizando el Edipo freudiano en relación a los tiempos lógicos, ubica en el primero, un tiempo necesario donde el niño está ubicado como falo de la madre.
  2. Es un universo en el que se encuentran el niño y la madre.

El padre está, pero aún no interviene, dice Lacan. En el segundo tiempo interviene el padre como privador. Doble privación: priva a la madre del niño pero también priva al niño de la madre en tanto objeto de satisfacción. Y es entre estos dos tiempos que se juegan todas las encrucijadas del sujeto, según se pueda separar de ese lugar de falo para la madre o no.

  • Según consienta o rechace la idea de la privación materna.
  • En este punto Lacan es absolutamente preciso: la idea de un consentimiento del lado del niño es crucial.
  • El niño decide.
  • Elige o rechaza.
  • Ya en su última enseñanza, el Seminario 20 “Aún” retoma esa dirección.
  • Es el punto de inflexión en donde Lacan modifica la axiomática, si hasta ese momento partía del Otro, en este Seminario parte de la fórmula “Hay el Uno”.

La otra referencia que quiero transmitirles es de un texto de J.A.-Miller “La invención psicótica”, Es un texto en el que Miller propone diferentes tipos de invenciones según las diferentes estructuras clínicas dentro del campo de las psicosis. La invención es un concepto desarrollado por Lacan al final de su enseñanza, especialmente en el Seminario 23 “El sinthome”, y como tal es un concepto absolutamente articulado a lo Uno y a lo singular.

La referencia es la siguiente: “.Si el término invención se impone hoy día es porque está profundamente ligado a la noción del Otro que no existe, ligado a la idea de que el Otro es una invención. Si el Otro de lo simbólico existe, el sujeto es efecto del significante y el que inventa entonces es el Otro.

Mientras que si el Otro no existe, el acento se desplaza del efecto al uso, del efecto al saber-hacer-allí.” Luego agrega: “.Si el Otro no existe, el sujeto está condicionado a devenir inventor, es empujado a instrumentalizar el lenguaje”. Como viene trabajando la invención en la psicosis, todo el acento está puesto en el uso del lenguaje como órgano.

  1. Y se puede seguir de un modo preciso al ras de la clínica la diferencia que hay entre los sujetos que alcanzan a hacer del lenguaje un instrumento y aquellos que permanecen instrumentos del lenguaje.
  2. De todos modos, lo que quiero enfatizar es el tipo de determinación que nos impone la formulación “el Otro no existe”, nos impone la invención, para la psicosis y para la neurosis, nos impone el hecho de que debemos ser inventores de nuestra propia solución, inventores de nuestra propia respuesta.

Que en ese punto, no le debemos nada al Otro. Responsabilidad entonces del lado del sujeto. La singularidad Para dirimir una dificultad conceptual referida al Uno, les propongo seguir una especie de clasificación que Miller propone en “Los signos del goce” sobre lo Uno en psicoanálisis.

Está el Uno del significante. Del cual más adelante tendremos que distinguir el S1 sólo, del S1 que se articula a otro significante. Está el Uno del Otro. Es decir que el Otro es un Uno en sí mismo. Es Otro justamente para el Uno. Está el Uno fálico. El falo es efectivamente un Uno ya que en la construcción freudiana el falo es el mismo para los dos sexos.

En términos de Lacan es un significante sin-par o impar. Está el Uno de la relación sexual. En Lacan este es el Uno que no hay y que se escribe con la fórmula no hay relación sexual. Y aún bajo su forma negativa permanece Uno. Y por último está el Uno de la identificación.

Es el Uno que en el orden simbólico llamamos trazo o rasgo unario. Nos mantendremos en la perspectiva del Uno del significante ya que es por esa vía por la que podremos alcanzar la singularidad que nos interesa. En este punto me parece que conviene retomar las modalidades lógicas de lo Universal, lo Particular y lo Singular para esclarecer la cuestión: Lo Universal lo podemos representar como una clase de elementos que tienen la misma propiedad.

Lo Particular es correlativo de lo universal, consiste en tomar una parte de la clase. Esta parte puede ir hasta el Uno. Uno sólo que tiene esta propiedad. Por ejemplo: “Todos los hombres son mortales” y tomamos a Sócrates a título de parte de esa clase.

Podemos hacer ir lo particular hasta el Uno, pero es un Uno recortado de lo universal y en tanto tal absolutamente situable, localizable. Se trata de uno entre otros. Ahora bien, lo Singular está afuera de esa lógica, es un Uno diferente que no tiene relación con el Otro. Es un Uno disjunto del Universal, disjunto de la totalidad de la clase.

Es el Uno sólo, el único. No forma parte del conjunto. De algún modo podemos decir que es el original. Por eso a Lacan le sirve para articularlo especialmente al concepto de síntoma ya que hace referencia a la modalidad de satisfacción pulsional, al goce singular de cada uno.

  1. Lo singular, a diferencia de lo particular, no tiene una relación con lo universal.
  2. En esta fórmula, no sabemos cómo o de qué goza Sócrates.
  3. Es un matiz que podemos introducir para pensar una distinción entre el síntoma y el fantasma.
  4. Respecto de esta cuestión de la singularidad, hay un texto de Lacan que se encuentra en un artículo, que es una exposición de André Albert sobre la regla fundamental de la asociación libre, en la Escuela de la Causa en 1975,

Lacan interviene haciendo un comentario. Hace un recorrido alrededor de la regla fundamenta y al final dice: “El análisis es algo que nos implica, que solo existe el nudo del síntoma, por el cual hay que sudar la gota para llegar a aislarlo”, porque habla del esfuerzo que implica esto, y sigue, “nuestra intención, la del psicoanalista, consiste en incitar al sujeto a pasar por el buen agujero de aquello que le es ofrecido como singular”.

Es decir que es un lugar donde Lacan conecta el síntoma con lo singular. Se trata de distinguir lo particular de lo singular y aislar efectivamente lo que hace al nudo del síntoma, para no confundir lo particular del síntoma histérico u obsesivo recortado sobre el fondo del universal de las estructuras clínicas, con lo singular de la satisfacción del sujeto.

Entonces, la cuestión de la singularidad parece fundamental y es una orientación que se despeja claramente a partir del Seminario 20. En este Seminario Lacan nos dice que “en la experiencia analítica lo más que se puede producir es S1”, al que designa como “significante del goce”, y del que remarca que se trata de un goce “singularísimo”, el singularísimo se encuentra destacado.

El S1 es un goce singularísimo, es decir que al nudo del síntoma y lo singular hay que enganchar el goce. Lo singularísimo, en el síntoma, es el goce. Así, nos vamos desplazando del Uno al Sinthoma al que podemos denominar como uno de los nombres del Uno. Esto implica un cambio en la axiomática de Lacan.

Cuando dice que lo más que se puede producir es S1, ahí se invierte la cuestión, ya no se interroga sobre un significante sino sobre el Significante Uno, el S1. Donde primero estaba el Otro como lugar de los significantes, S1 y S2, en esta inversión de la axiomática pone en el punto de partida el S1 solo.

Incluso dice: “Es con lo que se puede designar el asunto de cada quien, lo que anima a cada quien”, El S1 es el que anima a cada uno, es lo que da vida, lo vivo. Es la marca en el sujeto de una singularidad imborrable. Muchas veces ocurre que en la cura con un niño se trate de producir lo que aún no está construido y que hará a lo imborrable, a lo inolvidable para ese sujeto.

La apuesta de un psicoanálisis con niños es la producción de un S1 que está en suspenso. En el libro “Lectura del Seminario 5”, J.A.-Miller, nos ofrece una indicación fundamental, tanto para la clínica con niños como con adolescentes. Comentando el caso de André Gide que Lacan trabaja en el Seminario 5, señala que hasta la adolescencia, se pueden producir encuentros contingentes que producen fijaciones fundamentales en el sujeto.

  • Plantea que más allá de la fijación primaria, aquella que estamos acostumbrados a leer en Freud con la represión primaria, constitutiva del sujeto; hay encuentros contingentes hasta la adolescencia que pueden producir fijaciones fundamentales que marcan al sujeto y condicionan lo que vendrá.
  • Ahora bien, el encuentro con un analista, que es una contingencia en sí mismo, también produce marcas.

Esa es nuestra responsabilidad. Por ello, el encuentro con un analista puede producir algo que efectivamente hasta cierto momento no está producido, y a partir de allí condicionar una repetición. La radicalidad del lazo con el Otro Hacer todo este recorrido por el Uno, lejos de alejarnos del Otro, nos pone en una cierta relación con el Otro que quiero destacar.

  1. Se trata de desplazar una pregunta que en general uno tiende a hacerse, incluso para el diagnóstico por ejemplo de autismo.
  2. ¿Hay lazo al Otro? Una idea de diagnóstico para diferenciar autismo de psicosis podría ser esta pregunta por el lazo.
  3. En el autismo solemos decir que no hay lazo.
  4. Sin embargo, en estos tiempos en el que el contexto de la época actual nos ofrece la preeminencia del objeto, tal como Lacan lo pudo nombrar como el ascenso del objeto al cénit social, creo que esa pregunta es limitada.

Me parece que conviene desplazar la pregunta hacia: ¿con qué el sujeto hace lazo con el Otro? Les propongo entonces pasar de la pregunta si ¿hay lazo? a la pregunta ¿con qué se hace lazo? Si desplazamos la pregunta por la existencia del lazo hacia el “con qué”, partimos del supuesto de que siempre hay un lazo con el Otro.

Me parece mucho más interesante y de mayor riqueza encontrar los medios a través de los cuales cada uno encuentra la manera de hacer lazo con el Otro. El “con qué” pone en primer plano la dimensión de la singularidad. Se trata de captar en nuestra práctica, el esfuerzo del sujeto por hacerse un S1 que le permita ordenar su vida.

Y se trata también del esfuerzo del analista de orientar la cura en esa dirección ya que destacar el valor del “con qué hace lazo cada sujeto”, pone de relieve especialmente el lazo transferencial. Lacan, J.: El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconciente, Ed.

Paidós, Buenos Aires, 1999, pág.191 Miller, J.-A.: La invención psicótica en El Caldero de la Escuela- Nueva Serie N° 11 Miller, J.-A.: Los signos del goce, Ed.Paidós, Buenos Aires, 1988, pág.81 Albert, A.: El placer y la regla fundamental, en Scilicet 6/7, Ed. Du Seuil, Paris, 1975 Lacan, J.: El Seminario, Libro 20, Aún, Ed.

Paidós, Buenos Aires, 1981, págs.113-114 Lacan, J.: Idem, pág.166 Miller, J.-A.: Lectura del Seminario 5, Ed. Paidós, Buenos aires, 2000 : Las singularidades del Uno

¿Qué es el significante amo para Lacan?

Los cuatro discursos En primer lugar, señalemos que, según Lacan, el significante amo es aquel vaciado de significación y es el que designa la batería significante. En cambio, el saber, a diferencia de este, liga los significantes en una rela- ción de red (Rabinovich, 1979, p.